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Banderas de nuestros padres



Director: Clint Eastwood

Intérpretes: Jamie Bell, Ryan Phillippe, Robert Patrick, Barry Pepper, Paul Walker, Jesse Bradford.

Nacionalidad: Estados Unidos

Duración: 128 minutos.

por Asier Sisniega 

El cine, aparte de ser un arte, ha sido utilizado durante décadas como herramienta de propaganda política, arengando al pueblo o a las tropas con el objeto de ganar una guerra. Todas estas películas, sacadas de su contexto histórico y emitidas en la actualidad, pierden cualquier interés y no resultan un producto ni artístico, ni entretenido. Valgan como ejemplo las numerosas películas donde se aborda un argumento bajo el que subyace la Guerra Fría, películas a las que hoy en día el tiempo ha pasado factura y han envejecido con más pena que gloria.

Teniendo todo esto en cuenta, Clint Eastwood realiza el ejercicio contrario, en vez de filmar una película patriótica donde quede muy claro quiénes son los buenos y los malos, se inclina por aportar los dos puntos de vista, para ver que las diferencias entre los soldados de ambos bandos no van más allá de una cultura y un idioma diferentes. Banderas de nuestros padres aporta el punto de vista americano, mientras que Letters from Iwo Jima muestra la perspectiva japonesa, una película rodada mayormente en japonés y con Ken Watanabe al frente del reparto. Esta segunda película se estrenará en los próximos meses y ambas concurren a la cosecha anual de premios, en especial la última que ha tenido un estreno limitado en unas pocas salas para poder competir en las principales ceremonias.

Lo más curioso de todo esto es que ha tenido que ser un cineasta norteamericano quien se responsabilice de ambos puntos de vista, realizando un trabajo que la industria cinematográfica japonesa debería haber realizado hace décadas. Desde luego, su mera intención y esfuerzo es encomiable en este gran director de 76 años que se atreve a rodar dos películas de forma casi simultánea.


Banderas de nuestros padres supone la adaptación a la gran pantalla del libro de Ron Powers y James Bradley, hijo éste de John Bradley, joven enfermero que fue una de las personas que aparecen izando la bandera estadounidense en la simbólica fotografía. 

Iwo Jima es una pequeña isla volcánica de 21 kilómetros cuadrados, en cuyo extremo meridional se encuentra el monte Suribachi, un volcán inactivo de 166 metros de altura. La isla representaba un importante enclave a medio camino entre las islas Marianas y las grandes ciudades japonesas, posibilitando el aterrizaje de aviones en sus tres aeródromos, bien para reparar los aparatos o para repostar combustible. Tomar la isla suponía la posibilidad de que los Mustang P-51 pudieran acompañar a los B-29 hasta Japón, lo cual sin la isla era imposible debido a su falta de autonomía. Del mismo modo, la isla era un obstáculo al ser detectados los vuelos de los B-29 hacia Japón, convirtiendo en inútil cualquier ataque por sorpresa.

La película narra cómo 500 navíos, 12 de ellos portaaviones y 8 acorazados, así como 250.000 hombres se dispusieron a primero bombardear la isla, para después tomarla a pie, en una batalla que se estimaba inicialmente en 10 días y que se alargó más allá del mes. Los protagonistas de la película son las seis personas que alcanzaron la cima de la montaña Suribachi y colocaron la bandera estadounidense en la cima. Sin embargo, el film nos irá revelando cómo ellos no fueron el primer grupo en izarla, de qué modo se empleó la foto y a sus protagonistas como mero cartel publicitario y el hecho de que varios de los fotografiados murieran en acto de guerra días después de ser retratados. La cinta va adelante y atrás constantemente en el tiempo, mostrándonos las vidas posteriores de estos héroes y su inocencia previa al combate.



La película no trata de encontrar como conclusión la futilidad de la guerra, eso lo deja claro Eastwood en el primer minuto. Ésta planea más allá, se adentra a cuestionar la palabra héroe y lo que representa en la batalla, si es más héroe quien aparece en una buena fotografía que los otros miles que no lo hicieron o que aquellos que fueron fotografiados antes. El film también hace justicia con una sociedad desagradecida, que tienda a olvidar las noticias rápidamente y sumir a sus protagonistas en la más honda de las miserias. Se muestra cómo los tres supervivientes recorren la geografía de Estados Unidos promocionando sus heroicidades para lograr la compra masiva de bonos de Guerra, tratando de que el pueblo se implique aún más en la guerra, no únicamente enviando a sus hijos. Si el cine o la radio eran una buena forma de hacer propaganda, también lo era la gira por ciudades, con los tres protagonistas cuyos rostros ni siquiera se distinguen en la fotografía. Todo esto es reflejado en la pantalla con la maestría de un gran conocedor del medio.

A la sinceridad en el cine de Eastwood se une la perfecta plasmación de la inocencia de unos hombres que recientemente han abandonado la adolescencia, la gran inmersión en la batalla y las consecuencias. En pocas películas bélicas se pueden ver protagonistas tan jóvenes, frecuentemente se recurre a actores mucho mayores. Del mismo modo, la representación de la década de los 40 es sublime. En todo momento parece que estamos viviendo aquellos instantes, logrando una verosimilitud que prácticamente ninguna película había logrado en los últimos años. A esto ayuda un gran trabajo de dirección artística, una fotografía que en las escenas de batalla se torna gris como la ceniza, el vestuario y unos rostros con el maquillaje y peinados adecuados. Los actores cumplen con efectividad su trabajo, especialmente Adam Beach, que enfrenta su personaje a un grave problema de alcoholismo. La banda sonora, al igual que en sus últimos trabajos, corre a cargo del propio Eastwood, con un bello tono intimista, y cuenta con la colaboración de su propio hijo Kyle en los arreglos.


En el plano negativo nos encontramos con una narración que en ciertos momentos tras la batalla deja al espectador sin saber muy bien a dónde se dirige. En las dos horas de metraje se dan cita un gran número de actores secundarios y numerosos nombres, que junto al gran número de flashbacks y flashforwards pueden complicar el seguimiento de ciertas escenas a los espectadores. El sustrato de la película no se pierde en ningún momento, pero en ocasiones no se identifica a los protagonistas y sus familias con la escena a la que asistimos. Este defecto bien puede ser debido a intentar abreviar lo máximo posible el libro a sólo escenas clave y no secundarias.

Clint Eastwood sin duda busca justicia en su cine. Recientemente en Million Dollar Baby destacaba el abandono de una joven boxeadora por parte de su familia y el olvido de la sociedad. En Banderas de nuestros padres es la sociedad y la clase política quien crea a estos héroes, para luego abandonarlos a su suerte y años después sorprendernos con un trágico final en los periódicos. Esta película busca reconocer sus méritos, más allá de las palabras que se usen para calificarlos. La escena en que Hillary Swank recibe la visita de su familia en Million Dollar Baby es equivalente a la foto que le toman a Adam Beach en el campo unos turistas, sólo importa hacerse la foto. Igualmente muestra que los enemigos son seres humanos contra quien personalmente nada te enfrenta, más allá de unas órdenes militares y lo difícil que resulta matar, algo que ya reflejaron previamente Hitchcock y otros autores, nada que ver con el cine de acción de videoclub.


La película pese a contar con una gran puesta en escena, una apasionante batalla en un lugar no apto para la vida, el buen hacer del tándem Eastwood-Spielberg, este último en la producción y muchas otras virtudes, no ha recibido la bendición del público que apenas se ha prodigado por las salas, logrando unas muy bajas recaudaciones, muy lejos de lo que realmente merece. Al mismo tiempo, auténticos bodrios recaudan cifras increíbles en apenas días, que amortizan rápidamente la inversión, precisamente lo que se busca, y que dan alas a las grandes compañías a inclinarse por seguir haciendo películas de dudosa calidad que recaudan ingentes cantidades. Gran parte de la culpa es de los propios espectadores, pero también lo es de los ejecutivos que buscan precisamente ese efecto, los blockbusters inmediatos, y que parecen estar haciendo bien su trabajo a la hora de finiquitar el cine de calidad.

Banderas de nuestros padres es una buena película, no se la pierdan.

Valoración: