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Ágora




Director: Alejandro Amenábar

Intérpretes: Rachel Weisz, Max Minghella, Oscar Isaac, Ashraf Barhom, Rupert Evans, Richard Durden, Michael Lonsdale.

Nacionalidad: España y Malta.

Duración: 126 minutos.

por Asier Sisniega 

Desilusión. Ésa es la sensación que albergaba a este cinéfilo tras visionar la película. Tras más de año y medio de seguir las vicisitudes de la construcción de los decorados en Malta en la fase de preproducción, de leer sobre su atractiva historia real que mezclaba el vasto Universo con nada más y nada menos que la gran Alejandría, de saber que iba a ser protagonizada por la siempre magnífica Rachel Weisz encarnando a la histórica Hipatia y tras mucho tiempo de oír por doquier los superlativos valores de producción, que la encumbraban al Olimpo de las cintas patrias más costosas, llegó la desilusión. Palabra ésta nunca antes vinculada con el apellido Amenábar, lo cual hace que la sensación sea doblemente dolorosa.

Para recuperar los 50 millones de euros que ha costado su elaboración, se ha iniciado una gigantesca campaña de promoción, con un Alejandro Amenábar ubicuo, que no ha dudado en pasarse por todos los platós de televisión, así como proporcionar entrevistas a periódicos y revistas, emulando a Santiago Segura y tomando prestadas algunas de las armas que han convertido a Pedro Almodóvar en uno de los mejores publicistas de este país. Apenas 4 días después de su estreno, Ágora lleva recaudados 7 millones de euros en las salas españolas, la segunda mayor cifra de todos los tiempos. Cuantía que es fruto de la publicidad, del prestigio de su director y de su probada conexión con el público, encarnando el equivalente de Spielberg en España. Sin embargo, bastaba con analizar los rostros de los espectadores tras el visionado para observar los soplidos de tedio y las expresiones manifiestas de aburrimiento.

Con Mar Adentro logró que un hombre postrado en una cama ensalzara la imaginación y las almas de los espectadores, consiguió rozar la magia y empapar de dinamismo una película con un gran minusválido como protagonista. Sorprendentemente, con Ágora ha logrado el efecto contrario, gastar la mayor cantidad de dinero nunca antes empleada en un film español para realizar una reconstrucción fidedigna del Egipto del siglo V, organizar a cientos de extras para consumar las batallas de la época, contar con un personaje histórico apasionante y decididamente vehemente y sin embargo, obtener una obra donde falta brío, dinamismo e irremisiblemente se conduce al espectador al hastío. En ocasiones, menos es más.

Hipatia, brillante filósofa, astrónoma y maestra neoplatónica romana, oriunda de Egipto, trata de inculcar a sus alumnos los valores del conocimiento y de la ciencia. Les muestra la grandeza de la biblioteca de Alejandría y defiende con pasión la belleza de los libros, sin entrar en debates religiosos ni en tentaciones mundanas como el amor y el sexo. Se cree que pese a casarse con un tal Isidoro, nunca llegó a consumar el matrimonio. Hija y discípula del astrónomo Teón, ninguno de sus libros ha llegado hasta nosotros, pero sabemos de sus teorías a través de los escritos de sus discípulos. Hipatia escribió libros de álgebra, geometría y astronomía, mejoró los astrolabios de la época e incluso inventó el hidrómetro.

En aquellos tiempos se producían en Alejandría luchas de poder entre cristianos, judíos y paganos. Los cristianos, una religión en pleno auge, se aprovecharon de su situación de privilegio para acabar con la biblioteca y con Hipatia, convirtiéndola en mártir de la ciencia y símbolo de independencia femenina, por su tesón y coraje en un entorno plenamente masculino y por resistirse a abrazar el cristianismo en contra de sus valores puramente científicos.

La premisa argumental se presenta por tanto inmejorable. ¿Qué ha fallado entonces para que Ágora no sea un triunfo artístico? A lo mejor el contar con un presupuesto tan elevado ha acrecentado las presiones hasta tal punto que el director ha perdido un tanto el rumbo del barco, al haber demasiados capitanes a bordo. Podría ser que al tratarse de hechos históricos en su mayor parte no demostrados de forma plena, la cinta se muestre    en consecuencia renqueante, fallando en aquellos elementos que permiten que una historia quede hilvanada y siga su curso. Sea como fuere, lo que es evidente es que Ágora no es una obra tan personal como las anteriores de su director. Su gigantismo ha hecho que su mano se diluya entre montones de extras y decorados.

Su director nos ubica en la época mediante textos en pantalla que se repiten en tres ocasiones durante el metraje. También saca al espectador de la película al menos cuatro veces para recordarle su condición, la de un mero ser vivo sin importancia que vaga a través del espacio sobre un planeta a su vez dependiente de todo el Universo. Carl Sagan fue responsable involuntario post mortem de Ágora, ya que Amenábar adquirió la serie Cosmos en DVD, donde el prestigioso científico estadounidense habla de Hipatia y de la biblioteca de Alejandría, y expone que el Sistema Solar no es más que un grano de arena en una playa que sería el Universo. Amenábar nos expulsa de la acción y nos muestra desde las alturas el planeta Tierra, aportando perspectiva a nuestras vidas y señalando nuestras absurdas batallas por nimiedades que nosotros mismos hemos inventado.

Si bien es encomiable este esfuerzo por transmitir al respetable la grandeza y belleza insondable del Universo, el director se pierde en la maraña de rencillas religiosas y luchas de poder, trasladando la acción lejos de Hipatia, que debería tener un peso mucho mayor en la historia. Es con su presencia cuando la cinta cobra vida, pero pierde fuelle cuando se desvía hacia el voluble e inseguro Davo y cuando se adentra en los debates religiosos del enamoradizo y converso Orestes. Asimismo, la película sufre numerosas pausas que hacen bastante soporífera la narración, asimilando difícilmente los 126 minutos de metraje.

Amenábar ha intentado con Ágora el más difícil todavía, una superproducción española, contando con lo más granado del panorama nacional e internacional, una heroína por protagonista en lugar del habitual héroe y una historia que se enfanga en vericuetos religiosos. Sin embargo, se pueden destacar otros elementos además de su esfuerzo por acercarnos un poco más el Universo y el respeto a la figura femenina. La reconstrucción del Egipto de hace 1600 años es magnífica y no tiene nada que envidiar a las grandes producciones del género en Hollywood. La Alejandría digital que se muestra en planos aéreos está mucho más lograda que otras representaciones de ciudades en filmes recientes.

El trabajo del reparto es por supuesto correcto, destacando una brillante Rachel Weisz (probablemente no haya mejor actriz que ella para este papel), que con su belleza serena aporta la pasión y energías necesarias a su personaje. Una pena que no se concediera más tiempo a Hipatia en pantalla. Davo, interpretado por Max Minghella, hijo del prematuramente fenecido Anthony Minghella (El Paciente Inglés, El Talento de Mr. Ripley), realiza uno de sus primeros papeles en la gran pantalla con corrección. Desgraciadamente, la ambigüedad de su personaje no se desarrolla adecuadamente, lo cual perjudica y quita ritmo a la película.

El resto de valores de producción también está a un nivel muy elevado, con una fotografía cuidada, que ilumina de forma hermosa las noches y un vestuario de excepción, con cientos de indumentarias diferentes que nos transportan al antiguo Egipto. Alejandro Amenábar ha delegado esta vez las labores de la banda sonora en el oscarizado Darío Marianelli, a buen seguro por la ingente cantidad de trabajo que tendría que abordar en postproducción. El peso que ha tenido el montaje en el resultado final del film podría ser objeto de largo debate, con algunas decisiones arriesgadas, que bien merecerían un artículo aparte.

 

Alejandro Amenábar ha tratado de hacer justicia, no sólo otorgando a Alejandría la importancia que el cine nunca le ha regalado, sino encumbrando a la figura de la mujer como un igual del hombre. Para ello ha contado con los mejores productores del país, con enormes medios sólo a la altura de la inminente Planet 51 y un buen reparto. Amenábar ha logrado que una superproducción pretendidamente comercial, sea precisamente lo contrario. Ni siquiera se puede blandir la excusa de que se trata de cine intelectual, puesto que tampoco funciona a un nivel meramente culto.

En esta ocasión, el efecto boca a boca tan socorrido en el cine español no funcionará sin duda alguna. Triunfará económicamente gracias a la publicidad y al prestigio de su equipo responsable, pero artísticamente no lo ha hecho. Ágora aburre por momentos, no suscita el debate y se olvida con premura. Es, sin duda alguna, el primer varapalo creativo en la carrera de su director. Veamos qué derroteros toma su filmografía en un futuro.

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