Intérpretes:
Brad Pitt, Christoph Waltz, Michael Fassbender, Eli Roth, Diane Kruger,
Daniel
Brühl, Til Schweiger, Mélanie Laurent.
Nacionalidad:
Alemania y Estados Unidos.
Duración:
153 minutos.
por Asier Sisniega
El
pasado viernes 18 de
Septiembre dio comienzo la 57 Edición del Zinemaldi
donostiarra y a menos que
el lector haya pasado estos últimos días en una
isla desierta sabrá que el
director Quentin Tarantino y el actor Brad Pitt vinieron a dar el
glamour que
todo festival precisa, copando portadas de periódicos y
noticiarios durante un
par de jornadas. El que estas líneas firma logró
hacerse con un par de entradas
para la proyección en que ambas estrellas harían
acto de presencia, tras una
dura pugna con un sistema de venta de entradas con más
probabilidades de fraude
que las elecciones en un país subsahariano. Si
extraño fue el proceso de venta
de entradas, tanto o más resultó conseguir
asiento en la primera fila, sin
esperar un tiempo prolongado en la cola y sin tener que saltar por
encima de
nadie a la carrera. Y así pues, el pasado viernes noche pude
asistir, como las
imágenes de mi cámara atestiguan, a la
presentación en persona de la nueva
película de uno de los enfants terribles del cine
hollywoodiense. El productor
Lawrence Bender, habitual en toda la filmografía de
Tarantino, también estuvo
allí. El resultado final sólo puede ser
calificado de brillante, tanto por la
calidad del film, como por la estela de resplandor que ambos dejaron en
un
festival asediado por las nubes y la lluvia.
El
coronel Hans Landa (Christoph
Waltz), conocido como “El Cazador de
Judíos”, llega al hogar de la familia
LaPadite en la campiña francesa, en busca de la familia
judía Dreyfus,
supuestamente escondida en alguna vivienda del municipio. Tras una
larga
perorata del coronel, el señor LaPadite, que a duras penas
logra controlar sus
nervios y la tensión, acaba por derrumbarse y confiesa que
los Dreyfus se hallan
bajo sus pies. Los nazis, con su vileza habitual, acometen la tarea de
acribillar
a balazos a la indefensa familia. Sólo su hija, Shosanna
Dreyfus (Mélanie
Laurent), logrará salir con vida, huyendo a la carrera a
través del campo. Tres
años después es ya una mujer adulta bajo una
identidad falsa, y a su vez
propietaria del cine Le Gamaar de París. Esta sala
será precisamente la elegida
por los dirigentes nazis para proyectar una película de
corte propagandístico,
situación que Shosanna no dejará escapar para
llevar a cabo su elaborada
venganza. Al mismo tiempo, una unidad de soldados judíos
norteamericanos, que
se denominan a sí mismos “Los
Bastardos”, encabezada por el teniente Aldo Raine
(Brad Pitt), tiene como objetivo generar el pánico entre las
tropas alemanas
mediante el brutal asesinato de cientos de militares nazis, cortando
incluso
sus cabelleras. El propósito final de esta tropa de
voluntarios de élite será
llegar al cine Le Gamaar que regenta Shosanna y acabar con la plana
mayor
alemana. Ambos planes de venganza coincidirán en ese lugar,
sin que los
protagonistas lo sepan.
Quentin
Tarantino ha acariciado
este proyecto durante más de una década,
reescribiendo el guión en numerosas
ocasiones, modificando personajes y motivaciones, pero incapaz de dar
con un
final a la altura de lo que él consideraba probablemente
como su gran obra (a
tenor de la frase final la sigue considerando su cinta más
redonda). Decidió
entonces centrarse en las dos partes de Kill Bill. Sólo
después del rodaje de
Death Proof logró el guión definitivo y
consiguió acelerar la preproducción de
su séptimo filme, que no es un remake de la
película de parecido nombre de su
querido Castellari (Inglorious Bastards, 1977). El director de
Knoxville
deseaba contar con Brad Pitt en el papel de teniente, pero sospechaba
que una
estrella tan rutilante tendría siempre tres proyectos en
cartera y que no
podría disponer de él tan a última
hora. La realidad era bastante diferente, ya
que Pitt no gusta de tener muchos proyectos definidos para poder
lanzarse a
protagonizar en cualquier momento algunos buenos guiones que le llegan,
como
por ejemplo el de Malditos Bastardos.
El
género del filme sería el
bélico, un spaghetti western con iconografía de la Segunda
Guerra Mundial, según
sus propias palabras. Esta declaración de intenciones se
pone de manifiesto tan
pronto como el coronel Hans Landa llega al hogar de la familia
LaPadite,
manteniendo una conversación junto a una mesa que emula el
comienzo de El
Bueno, el Feo y el Malo de su admirado Sergio Leone. Morricone no pudo
componer
la banda sonora porque estaba ocupado con la última
película de Tornatore, pero
aún con eso su música suena por doquier a lo
largo del metraje. Con todo,
Malditos Bastardos no se asemeja a un spaghetti western en todo
momento, ya que
al igual que el resto de la filmografía de Tarantino bebe de
una multitud de
fuentes cinematográficas, que luego plasma de forma pasmosa
y sobresaliente
sobre la gran pantalla a modo de collage. Tarantino afirma copiar de
todas
partes. Benditas copias que resultan mucho más innovadoras
que las de algunos
supuestos postmodernistas. El cine de Tarantino puede resultar vacuo en
su
mensaje para quien busque lecturas profundas, pero sus
películas entretienen a
rabiar y nunca son predecibles. El buen cine puede ser reflexivo,
divertido o
ambas cosas. No hay nada de malo en hacer cine de calidad sin mensaje.
Tarantino siempre consigue llegar a todos los públicos y a
la crítica, por la
proximidad de las frases de sus guiones y por la amalgama de estilos
que toca.
Malditos
Bastardos es Tarantino
en estado puro. Una película en su mayor parte genial, con
algunos momentos
delirantes y dosis de violencia extrema repartidos a ramalazos y con
cuentagotas. Los prolongados diálogos sin sentido de sus
guiones aquí cobran
razón de ser, al formar parte de la propia trama.
Aprovechando esta
circunstancia, los alarga hasta extremos insospechados, sosteniendo
conversaciones
durante más de diez minutos hasta las últimas
consecuencias. Esto, sin duda,
logrará irritar a muchos espectadores, pero a su vez,
conseguirá unos niveles
de tensión poco conocidos en el cine actual en sus
protagonistas. Un terror y
violencia psicológica mucho más presente en la
película que la explícita. Todo
esto se ejemplifica muy pronto, en la primera escena. Un par de
actores, dos
vasos de leche y un cuarto de hora dentro de una habitación
donde prácticamente
sólo habla un personaje, Hans Landa (Christoph Waltz). El
uso del sonido, el
montaje, la música, los diálogos brillantes y
unos intérpretes en estado de
gracia, cuajan un arranque de excepción. Esta
maestría continúa con la
presentación de “Los Bastardos”, una
cuadrilla que bebe de lo mejor de Doce del
Patíbulo y Los Cañones de Navarone, pero con una
mala leche desternillante,
directamente emparentada incluso con el videojuego Team Fortress.
La
cinta se divide en cinco
capítulos, dos de los cuales ya he diseccionado en el
párrafo anterior. El
tercero, titulado “Una Noche alemana en
París”, se desarrolla sin embargo de un
modo mucho menos atractivo. De nuevo los diálogos
prolongados buscan la tensión
exacerbada hasta el paroxismo, pero no terminan de mantener el ritmo
anterior. Esto
no es debido a las interpretaciones, sino al cambio de registro y
ámbito. La
narración se vuelve más convencional,
fría e incluso seca. El personaje de
Shosanna Dreyfus (Mélanie Laurent) contribuye a crear esta
atmósfera de
frialdad, chocando con los habituales personajes
carismáticos de la filmografía
tarantiniana. La película vuelve a remontar el vuelo con
fuerza durante la
cuarta parte, denominada “Operación
Kino”, especialmente a medida que avanza la
secuencia en la taberna. A partir de ahí, el mejor Tarantino
sale a relucir, finalizando
con una eclosión de violencia catártica y
liberadora. Un final sin duda mucho
más atractivo que el acontecido en las calles de
Berlín en el año 1945. A
destacar la escena
en que “Los Bastardos” se hacen pasar por cineastas
italianos, para morirse de
risa.
La
puesta en escena es de
absoluto primer orden, tan brillante como de costumbre, con un dominio
de la
narrativa cinematográfica apabullante. Si la primera hora y
media destaca por
la ausencia de travellings y la omnipresencia de planos
estáticos, Quentin
rompe en el quinto capítulo con esta dinámica y
balancea al espectador de un
lugar a otro, manejándose en grandes espacios mejor que
cualquier gran director
de la época dorada de los grandes estudios. La
dirección de actores es
probablemente la mejor de su carrera, con un Christoph Waltz que puede
ser
considerado con toda certeza el verdadero protagonista de la
película, al tener
una presencia en pantalla mayor incluso que la de Pitt. Su
composición es
inconmensurable, de una riqueza tal que le hace acreedor no
sólo del premio ya
logrado de mejor actor en el pasado festival de Cannes, sino de todos
aquellos
que están por venir. Su filmografía se ha
desarrollado por completo en Alemania
hasta ahora, por lo que es un feliz descubrimiento para todos aquellos
que no
sigan el cine alemán. Su interpretación combina
de forma magistral cuatro
lenguas: alemán, francés, inglés e
italiano. Si bien esta última se limita a
fingirla, las otras tres las domina a la perfección y las
modula constantemente,
añadiendo matices a su caracterización en los
tres idiomas. Un trabajo sin duda
complejo y loable, pocas veces antes visto, y que hace totalmente
obligatorio
su visionado en versión original. Ver Malditos Bastardos
doblada al castellano
carece de todo sentido, ya que una enorme proporción de
película se habla en
diferentes idiomas, perdiendo por el camino del doblaje gran parte de
la
intencionalidad de su director.
La
caracterización de Brad Pitt
tampoco se queda atrás, interpretando a un teniente con
marcado acento sureño,
que recuerda en sus gestos a actores clásicos como Clark
Gable y que parece
recién salido de un cartoon. Contundente y sobresaliente
interpretación. El
actor nacido en Barcelona, pero criado en Alemania, Daniel
Brühl, vuelve a
demostrar de nuevo su calidad como, desarrollando su papel
mayoritariamente en
francés. Lo mismo se podría decir de Diane
Kruger, que se mueve constantemente
del inglés al alemán con deliberado acento. No me
extenderé más con el trabajo
interpretativo, porque como he mencionado antes, raya a un muy alto
nivel en su
conjunto.
Malditos
Bastardos reinventa un
género o más bien lo mezcla con muchos otros,
pero no con el fin de marcar la
pauta a seguir dentro del cine bélico, sino para aportar la
particular visión
de su director a un terreno, el de la Segunda
Guerra Mundial, del que muchas veces parece
equivocadamente
todo ya contado. Quentin propone un final alternativo a la guerra
dentro de la
incorrección que le caracteriza y sale vencedor de su nueva
empresa. La
película sólo se ve lastrada por media hora donde
el nivel baja
considerablemente, pero aún con eso los 153 minutos de
metraje se pasan en un
suspiro. Recomiendo por tanto su visionado en versión
original, y de no ser
posible, ver el film primero en pantalla grande y posteriormente en DVD
o
Blu-Ray, aprovechando la disponibilidad de idiomas en los formatos
digitales.
Algún
lector habrá llegado hasta
aquí con el solo deseo de saber si Brad Pitt es o ha sido el
hombre más guapo
de la Tierra.
Puedo
afirmar desde mi heterosexualidad y a apenas dos metros de distancia
que Pitt
es verdaderamente guapo, con una planta sólo al alcance de
los elegidos, pero
cuya piel comienza a poner de manifiesto que pronto cumplirá
los 46 años. Y es
que la fama, el dinero y la calidad como intérprete, poco
pueden hacer contra
el inexorable paso del tiempo. Del físico de Tarantino
hablaré en otro
capítulo, aunque creo que no interesará a tanta
gente.