Slumdog Millionaire
Director: Danny Boyle
Intérpretes: Dev Patel, Anil Kapoor, Freida Pinto, Saurabh Shukla,
Rajendranath Zutshi, Jeneva Talwar, Irrfan Khan, Azharuddin Mohammed Ismail, Ayush Mahesh Khedekar.
Nacionalidad: Reino Unido.
Duración: 120 minutos.
por Asier Sisniega
¿Son
fiel reflejo de la calidad los premios obtenidos? ¿Qué representan las
abrumadoras ventas de algunos best sellers como El Código da Vinci? ¿Quién
dicta las modas? ¿Por qué razón durante un tiempo los templarios y sucedáneos
llenaron nuestras librerías? ¿Por qué motivo Deep Impact y Armageddon se
lanzaron casi simultáneamente en las carteleras? Todas estas preguntas parecen
no guardar relación con Slumdog Millionaire, sin embargo están intrínsecamente
relacionadas. Todos sabemos que los premios siempre responden a un elemento de
subjetividad e intereses y que no siempre se premia a los mejores, dado que la
tarea de designar a un ganador es en ocasiones una tarea imposible. Premiar una
obra de arte no es como cronometrar a un deportista, es por el contrario algo
difícilmente justificable, nada objetivo. Slumdog Millionaire ha ganado 8
premios Oscar, 4 Globos de Oro y 7 Baftas, siendo la primera película desde la Lista de Schindler en ganar
el premio a la mejor película, dirección y guión en las mencionadas tres galas.
¿Es esto sintomático de su calidad? ¿Por qué razón acudimos al cine a ver la
película sin saber a ciencia cierta, pese a los reconocimientos, si se nos
ofrecerá calidad desde la gran pantalla?
Jamal y Salim son dos hermanos
que malviven en los barrios bajos de Bombay. Han perdido a su madre en los
enfrentamientos entre hindúes y musulmanes. Lo único que les queda es buscar
entre los montones de basura algo que llevarse a la boca. Unos hombres, que
dicen proceder de un orfanato, les invitan a llevar una vida mejor lejos de las
montañas de desechos. Conocerán a Latika, una niña al igual que ellos huérfana.
Pronto deberán abandonar su vida en común en el orfanato y sus caminos se verán
desviados, dejando a Jamal profundamente desconsolado por no saber dónde se
encuentra su amada Latika. Siendo adolescentes, la volverán a encontrar y esta
vez será alguien muy cercano quien le prive de su compañía. Ya de adultos,
serán otros elementos aún más insalvables los que les mantendrán separados. Jamal,
un simple sirviente de te en un call center de la ciudad, participará en el
programa de moda de la televisión hindú “¿Quién quiere ser millonario?”, no
tanto por lograr el mayor premio, sino por poder llegar hasta su querida Latika
a través de las ondas hertzianas. Las propias preguntas del concurso servirán
como hilo conductor para retrotraernos a su pasado.
Después de haber visionado
Slumdog Millionaire cuesta verdaderamente creer que haya sido premiada con
incontables premios, incluidos 8 Oscar. Como profundo amante del cine, esto no
hace otra cosa que abrir una profunda herida por la comparación con otras obras
que fueron presa del olvido y nunca cosecharon premios reseñables. El éxito y
repercusión de esta película parecen más bien una broma pesada. No en vano, Warner
Bros llegó a pensar en distribuir la película directamente en DVD sin pasar por
salas, puesto que no creía que fuera a obtener un buen resultado económico.
Confieso que con algunas
películas de Danny Boyle he disfrutado enormemente y que guardo en la memoria con
mucho cariño, concretamente Trainspotting y Millones, ambas netamente
superiores. Dada la repercusión de Slumdog Millionaire, esperaba encontrarme
con un producto de gran calidad, con la realización vivaz de su director, una
puesta en escena efectiva, una historia que avanzara sin descanso y un poso de
magia que redondeara el conjunto. Los rasgos característicos del director están
ahí, pero no funcionan. Los minutos de metraje de Slumdog avanzaban y no se
despertaban en mí ninguna de las sensaciones que me habían producido los
citados filmes.
Danny Boyle ha sido acusado, con
gran razón, de ser un director de cine centrado exclusivamente en la imagen,
que a golpe videoclipero olvida totalmente a sus personajes, es decir, que no
le importa lo que se cuenta sino únicamente cómo luce. Algunas otras de sus
películas trataban temas menos sensibles, por lo que un acercamiento
superficial no se antojaba problemático y en general resultaba divertido. Por
el contrario, para abordar Slumdog Millionaire es necesario hacerlo con otras
miras, hacer especial hincapié en la sinceridad, en no engañar al espectador.
No es tanto el tratar de hacer un documental fiel sobre la vida en los barrios
de chavolas, sino tratar de hacer un producto de entretenimiento veraz. Y no
sirve como excusa afirmar que Slumdog Millionaire esté bañada por el realismo
mágico de principio a fin, porque como bien dice el escritor Salman Rushdie acerca
de este filme: “en toda obra que se adentra en el realismo mágico tiene que
haber un cierto grado de plausibilidad, mientras que el guión de Slumdog
Millionaire se salta esta ley en tres o cuatro ocasiones”.
Boyle ha reconocido que antes de comenzar
la preproducción de la cinta no había estado nunca en la India y que conocía muy poco
acerca del país. Aceptó el proyecto porque su guionista era Simon Beaufoy (Full
Monty) y porque suponía una forma de conocer el país. Simon viajó en varias
ocasiones a la India
para ver cómo viven los millones de niños descastados en las populosas
barriadas de chavolas de las grandes ciudades. Quería comprobar si su nivel
cultural podría sostener la trama de la película o le restaría verismo. También
contaron con la ayuda de personal hindú y con las influencias reconocidas de
numerosas películas que Bollywood ha producido en las últimas décadas. Con
todo, Slumdog Millionaire parece más sustentada en un folleto publicitario de
agencia de viajes que en cualquier documentación seria. Está concebida desde el
punto de vista de los occidentales, de ahí que haya chirriado entre la mayor
parte del público indio.
Los espectadores de este país no
comprenden cómo en la versión original los jóvenes niños hablan en hindi, para
en su adolescencia, y pese a su procedencia desarrapada, hablar un inglés
británico mejor que un catedrático de Oxford. Ningún muchacho de las calles
habla inglés con esa corrección, ni mucho menos gracias a timar a alelados
turistas occidentales junto al Taj Mahal. La película no explica este extremo y
recurre una y otra vez a los tópicos. Pese a las grandes dimensiones del país y
a sus 1150 millones de habitantes, da la casualidad de que nuestros
protagonistas terminan “trabajando” en las proximidades del Taj Mahal, el
elemento más reconocible de todo India para el espectador extranjero. Las
persecuciones en el barrio de chavolas son un clon de otras como las de Ciudad
de Dios, los responsables del orfanato parecen sacados de un manual del cine
más tópico, así como el manido recurso de Salim de recurrir una y otra vez a
las armas de fuego.
La cinta también es extremista en
otros muchos puntos. Como en las películas de Disney los personajes sólo
pertenecen a dos grupos: los malos terriblemente malvados y los buenos que bien
podrían ser santos. Los turistas son presentados tan necios, que ni siquiera
tiene gracia viéndolo como una caricatura. Señor Boyle, algunos viajeros nos
documentamos durante meses cuando visitamos tierras tan lejanas. No se
profundiza en ningún momento en la vida de los barrios más pobres de Bombay,
sólo las pinceladas básicas que puede imaginar cualquier occidental desde su
cómodo salón. En esta película no hay matices, no hay nada soterrado, nada se
sugiere, no hay desarrollo de personajes y los diálogos son de una simplicidad que
produce sonrojo (Oscar a mejor guión adaptado).
El cúmulo de casualidades que da
pie a la narración es tan improbable como acertar los 15 en la quiniela sin
saber nada de fútbol. Tras ver la película, el espectador informado se sentirá
seguramente insultado por tanta simpleza y mediocridad. La historia de amor
también ha sido edulcorada igualmente. En la novela original Jamal conoce a
Latika a los 17 años en un prostíbulo, algo bastante menos romántico y
tristemente más real. Por otra parte, su historia de amor apenas se desarrolla,
se limita a mostrarnos a ambos niños en un par de escenas. Siendo ya adultos,
se han seleccionado dos actores ciertamente sosos que se limitan a lucir
palmito. El actor que interpreta al Jamal adulto (Dev Patel) ni siquiera es
indio, sino londinense. Su casi metro noventa compensa su procedencia, al menos
para los responsables de la película. Freida Pinto, que hace las veces de
Latika, es una modelo hindú de buena familia sin ninguna experiencia en el
mundo de la interpretación hasta esta película. Es ahora cuando ha empezado a
tomar clases de interpretación. Eso sí, luce una sonrisa Profident y su cara
irradia tanta luz que invita a abandonar a nuestras mujeres europeas en pos del
exotismo oriental.
Slumdog Millionaire es una moda
vacía, insincera, que tergiversa y manipula al espectador como un anuncio
televisivo donde todo parece perfecto. Se puede asimilar también a un
escaparate de centro comercial. El hecho de narrarse a golpe de pregunta de concurso
televisivo la aproxima aún más a ese indeseable panorama catódico,
recordándonos de nuevo la posibilidad de que este título se hubiera lanzado
directamente en DVD. Tras asistir a un buen montón de preguntas, simples hasta
el hastío para cualquier hindú incluso en los más elevados premios, el espectador
no tiene muy claro si está viendo una película o si se encuentra en su casa siguiendo
cualquier concurso.
No entraré en disquisiciones
sobre si los niños que aparecen en la película han recibido un trato abusivo y
bajos salarios. Tampoco si el padre de tal o cual niño ha intentado hacer
negocio con su ahora famoso infante. No merece la pena adentrarse en aquello
donde es difícil distinguir la verdad de la carnaza. Igualmente es discutible
el título de la película, algo así como “perro de chavola millonario”, que ha
levantado numerosas ampollas, tratando de esa manera de despertar conciencias,
aunque luego durante el metraje todo se diluya.
Slumdog Millionaire trata de ser
una adaptación al estilo hindú de Oliver Twist de Dickens, todo desde un punto
de vista europeo, que no acaba de abandonar completamente sus rasgos
coloniales. Resulta mucho más recomendable ver la versión cinematográfica de
esta obra de David Lean o la reciente de Roman Polanski. Tampoco se puede
olvidar la propia Trilogía de Apu, del cineasta indio Satyajit Ray,
como excelente ejemplo de calidad de la cinematografía de este país. La
pretendida novedosa estructura narrativa no es sino un émulo de tantas otras
narraciones en flashback, por medio de periodistas, abogados, tribunales, etc.,
parapetado tras un guión tramposo. Es algo que se lleva haciendo desde los
albores del cine, con mucho más acierto, pues aquí no sólo rompe el ritmo el
programa televisivo, sino que la tortura policial parece devolvernos a una
película completamente distinta, cercana al peor telefilme.
Es difícil encontrar virtudes en
un proyecto tan decepcionante. Se ha desaprovechado la ocasión para explicar
cómo en esa sociedad las castas más privilegiadas viven en la abundancia,
compran en los centros comerciales más lujosos, mientras “los intocables”
limpian sus excrementos y se agarran a una vida que no les brindará otra cosa
que miseria. El espectador podrá ver en esta obra un pequeño atisbo de esa
realidad. Se muestra también superficialmente la nueva India, aquélla que para
unos pocos crece a un ritmo vertiginoso, aquélla que es ahora la centralita del
mundo anglosajón. Quizás lo mejor del conjunto sea la pegadiza canción de los
títulos de crédito (“Jai Ho”) acompañada del baile de los actores, puro
Bollywood.
Pese a que a la cinta le sobran
minutos, el espectador estará entretenido la mayor parte del metraje. Claro que
no deberá dejarse atraer por los cantos de sirena que le quieren hacer creer
que está ante una obra maestra del mundo globalizado. Nada más lejos de la
realidad. Una película que nadie recordará dentro de unos años.