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The World’s Fastest Indian - Burt Munro



Director: Roger Donaldson

Intérpretes: Anthony Hopkins, Diane Ladd, Paul Rodríguez, Bruce Greenwood, Chris Lawford

Nacionalidad: Nueva Zelanda y Estados Unidos

Duración: 127 minutos.

por Asier Sisniega

El propio Roger Donaldson y el productor Gary Hannam acudieron al Velódromo de Anoeta de San Sebastián a presentar dentro de la sección oficial fuera de concurso la película The World’s Fastest Indian. Donaldson conoció al verdadero Burt Munro hace más de treinta años, anciano que se había hecho famoso por sus portentosos records de velocidad en moto. A comienzos de los 70 rodó un documental basado en sus hazañas, pero siempre le había quedado la espina clavada de poder realizar una película para plasmar su particular visión.

Burt Munro, interpretado por Anthony Hopkins, es un anciano que vive solo en una chabola de un acomodado barrio neozelandés. Temprano por las mañanas pone a punto sus motocicletas, con las consiguientes quejas de los vecinos por el estruendoso ruido. Burt es honrado, trabajador y sabio, pero también es desaliñado, impredecible e irremediable. Durante buena parte de su vida su sueño ha sido viajar a Estados Unidos para participar en las carreras de velocidad  de Bonneville, cerca de Salt Lake City, en un enorme lago de sal sin desniveles. Para lograr su sueño conseguirá el dinero de su escasa pensión, de la ayuda de su novia y de los vecinos del pueblo. Burt se embarcará en un viaje a través del Pacífico como cocinero, para a su avanzada edad y achacoso estado tratar de batir records de velocidad con su destartalada moto de los años 20.



The World’s Fastest Indian es una película de bondades. Con energía, tesón y sin desesperar en el intento, pues nunca es tarde, se logrará cualquier objetivo, esto es lo que viene a subrayar la película. En parte no le falta razón a su director y guionista, pero en la vida no todos los personajes que encuentras a tu paso acaban cediendo a tus pretensiones, ni todos intentan ayudar. Su visión es por tanto noble, cercana a los planteamientos de cualquier película de Disney, pero es una película alejada de Hollywood, habiendo obtenido el dinero su director por otras fuentes para lograr la ansiada independencia, aunque viendo al productor ejecutivo Barrie M. Osborne (productor de la trilogía del Señor de los Anillos) en los títulos de crédito me asole la duda. Es una película de superación, sin un enemigo a derrotar más allá de las limitaciones de su motocicleta y la propia salud del protagonista. En este punto podría parecer que es la típica historia hollywoodiense de superación al estilo de Seabiscuit por ejemplo, sin embargo este film cuenta con un punto muy a su favor, un sentido del humor fino y sarcástico.

 

El personaje interpretado por Hopkins es cínico y respondón, pero resulta sumamente cómico. No es una comedia de humor grueso, sino que el personaje de Hopkins es preciso y bondadoso. Ve siempre el lado positivo de las cosas, y es capaz de reírse de sí mismo. Anthony Hopkins hace un gran esfuerzo interpretativo al haber tratado de dotar a su personaje de un marcado acento neozelandés, un trabajo encomiable que hace que en su versión original disfrutemos de los choques culturales de un neozelandés venido del campo en la gran urbe de Los Ángeles, al más puro estilo Paco Martínez Soria. Teniendo en cuenta el origen galés del actor es otro claro indicativo del mérito de este actor, últimamente bastante denostado, y sinceramente fue una pena no poder contar con su presencia en el Zinemaldia.

Las escenas de velocidad tardan en llegar, como queriendo remarcar el tremendo esfuerzo que realizó el protagonista para alcanzar un lugar en el desierto partiendo del otro lado del mundo. Las carreras son espectaculares, recuerdan a películas como Elegidos para la Gloria, cambiando aviones por motocicletas. Otro punto a favor de la película es que la cantidad de carreras no es alta, apenas tres, algo a lo que no estamos acostumbrados en el cine de hitos deportivos, donde machaconamente se repite una y otra vez prueba tras prueba.


La dirección artística, la fotografía y los efectos especiales son de buena factura, propios de una gran producción hollywoodiense, aunque no sea el caso. Roger Donaldson es un director irregular capaz de dirigir insufribles películas como La Prueba y otras mucho más interesantes como 13 Días. No es un gran creador, ni un genio, y esta película no es ninguna obra maestra, pero el sabor que dejó en el Velódromo fue bueno, la gente se rió mucho y aplaudió al finalizar la proyección. Inolvidable la escena en que da un repasito a las uñas de sus pies. Seguramente la película no tenga repercusión en taquilla, lo cual es una pena, pues es de esas películas que te hacen salir del cine sintiéndote mejor persona.

 

Como aspectos negativos, puede resultar maniquea en las relaciones con el pequeño niño de los vecinos, véase el elemento niño, estereotipada en los contactos con otra gente, personajes poco perfilados donde apenas se profundiza, pero estos no eran los intereses con que se enfocó la película. Burt está lejos de ser perfecto, es tozudo, pero no deja de ser ese abuelo loco que todos querríamos haber tenido. Otro aspecto que llama poderosamente la atención es que la banda sonora compuesta por J.Peter Robinson es un calco de la compuesta por Thomas Newman para American Beauty, tomando demasiado del estilo personal de éste.

 

En definitiva, ha sido un placer poder disfrutar de esta película en primicia muchos meses antes de su estreno en Estados Unidos y España, una opción a tener en cuenta si queremos pasar un rato entretenido el próximo invierno y no queremos profundizar demasiado en temáticas sociales.


Valoración: