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Los Soprano



Creador: David Chase

Intérpretes: James Gandolfini, Edie Falco, Jamie-Lynn Sigler, Robert Iler, Michael Imperioli, Lorraine Bracco, Tony Sirico, Steve Van Zandt, Dominic Chianese, Aida Turturro, Drea de Matteo, Steve Schirripa, Dan Grimaldi, Joseph R. Gannascoli, John Ventimiglia, Sharon Angela, Vincent Pastore, Frank Vincent, Arthur J. Nascarella, Max Casella, Nancy Marchand, Jerry Adler, Joe Pantoliano, Steve Buscemi, Vincent Curatola, Peter Bogdanovich.

Número de episodios: 86, divididos en 6 temporadas. La última de ellas, a su vez, partida en dos mitades. 

Fechas de Emisión en Estados Unidos: Entre el 10 de Enero de 1999 y el 10 de Junio de 2007.

Premios: 5 Globos de oro y 21 Emmy, entre otros muchos.

por Asier Sisniega Santos

El pasado 31 de Marzo me dispuse delante del televisor para dar una oportunidad a esta serie, no seguida masivamente en España por diversos motivos que indicaré a continuación. El hecho de que recuerde la fecha concreta es sinónimo de que se produjo una conexión especial entre la serie y mi persona, que sacó a ese último día de mes del anonimato en que caen normalmente el resto de jornadas del año. No pude reprimirme y paladeé cuatro episodios de una sola sentada. Al día siguiente, repetí la operación. Era el comienzo de una enfermedad, de una adicción, que no tardaría en propagarse por la casa a golpe de episodio y temporada. El que esto suscribe es poco dado a adicciones, así que esta repentina debilidad sólo se explica por la inusitada calidad de la serie, una extraordinaria película de 86 horas que debería ser de obligada visión en colegios y hogares, una reflexión sobre prácticamente todos los terrenos del alma y del ser humano. La televisión elevada al Olimpo. La televisión redefinida.

Al comienzo de su andadura Los Soprano fue considerada por el New York Times como “la mejor obra de la cultura americana de los últimos 25 años”. Esta afirmación obviamente es subjetiva, y depende por tanto del punto de vista de quien la proclama, pero nos da una pista para saber qué podemos esperar de sus seis temporadas. Asegurar que es la mejor obra del último cuarto de siglo en aquel país supondría que previamente no sólo hemos evaluado la larga miríada de series de ese periodo, sino el resto de producciones de todas las artes, una tarea imposible para cualquier humano. Otras voces aseguran que la producción televisiva se convirtió en producción cinematográfica por primera vez con Los Soprano, lo cual no es enteramente cierto, pues series previas como Twin Peaks o Expediente X ya habían ofrecido una puesta en escena cinematográfica ciertamente lograda. De todos modos, lo que sí logró la serie es marcar un hito en la televisión de pago por cable y conseguir unos niveles de profundidad en los personajes y en el argumento como nunca antes se habían visto, gracias en parte a la ausencia de pausas publicitarias, que ofrecían una nueva narración no estructurada conforme a las interrupciones comerciales.

Allá por el año 2000, con apenas veinte años de edad, vi un capítulo suelto de la serie en Canal +. No entendí prácticamente nada de la trama y por tanto, no me logró atrapar. De aquí se pueden obtener varias lecturas. En primer lugar, es una serie cuyo argumento se desarrolla desde el minuto uno de la primera temporada, y si el espectador se pierde algún capítulo deja de entender el desarrollo, no logra aproximarse a los personajes y el efecto buscado en el televidente pierde toda su fuerza. En segundo lugar, es necesario tener cierta edad, un bagaje de experiencias vitales y un mínimo grado de cultura para poder acercarse a las reflexiones que ofrece, poder leer entre líneas y sacar todo el jugo al tesoro que hay escondido en sus guiones. Mi exposición a Los Soprano ocho años después fue completamente distinta, desde una cierta madurez que aporta la propia vida. No es pues una serie que un adolescente medio pueda digerir con facilidad, no por falta de intelecto, sino porque su educación televisiva en estos últimos años ha sido nefasta. En último lugar, para poder visionarla era necesario recurrir a los servicios de la televisión de pago en España, lo que conllevó la caída en picado de gran parte de los potenciales televidentes.

Los Soprano se ha enfrentado a constantes obstáculos en nuestra geografía, y no necesariamente siempre vinculados a las parrillas televisivas. Como mencionaba hace unas líneas, tan sólo un 5% de los españoles tenían acceso a comienzos del nuevo siglo a Canal +, lo cual ha limitado su éxito en nuestra tierras, convirtiendo la serie en un producto de culto para las clases pudientes, en una delicatessen sólo al alcance de bolsillos profundos. La llegada del DVD ha transformado el panorama audiovisual y el modo en que se consumen las series en los hogares. El canal tirano que somete a las audiencias a sus deseos ha perdido gran parte de su poder, en favor de una programación abierta, decidiendo el ciudadano el momento adecuado para cada filme o serie, transformándose en su propio programador televisivo. Sin embargo, el DVD tampoco ha salvado todos los escollos, dado el elevado precio de cada temporada que iba apareciendo en el mercado.

La creación de La Sexta ofreció la primera posibilidad de poder seguir la serie en abierto de forma gratuita, pero el canal, en una actitud reprobable, la relegó a altas horas de la madrugada, reservándola sólo a aquellos avezados televidentes, versados en el arte de la grabación en vídeo o disco duro, debiendo lidiar con los continuos cambios de horario que siempre ponen en riesgo el final feliz de nuestra grabación. La posibilidad de perderse episodios era muy alta, bien por esos cambios sin previo aviso, bien por las agendas apretadas de la sociedad del siglo XXI. La conclusión es clara, en España es muy difícil disfrutar al 100% de Los Soprano sin pasar por caja. Recurrir a los conocidos programas “peer to peer” es una posibilidad, pero la calidad de imagen que ofrecen sus mejores compresiones está muy lejos del DVD, más aún si se dispone de una pantalla de grandes dimensiones. La serie bien merece un esfuerzo económico y brillará con luz propia en la videoteca de cualquier buen aficionado al cine. Actualmente se puede encontrar el pack completo por poco más de 140 euros, que incluye siete espectaculares digipacks, totalizando un total de 32 discos.

Con todo, es bastante improbable que la serie se hubiera convertido en un fenómeno de masas en este país, pues nos encontramos con un espectador medio poco educado en términos televisivos, cinematográficos y en muchos casos, con una cultura muy limitada. Mucha gente manifiesta sin rubor que desea llegar a casa tras la maratoniana jornada de trabajo y ver un capítulo de alguna serie que se ofrezca masticado, sin cabos sueltos, autoconcluyente. No es necesario seguir una trama durante semanas, meses, o incluso cerca de una década como es el caso que nos ocupa. De ahí el éxito de series como CSI o House. Un producto visualmente atractivo, con guiones y puesta en escena sofisticados, pero que no despiertan la mente del espectador. Con Los Soprano la situación es inversa, ya que es fácil encontrarse en medio de la madrugada reflexionando sobre el último capítulo visionado, midiendo las palabras de alguna frase y estableciendo paralelismos con nuestra propia vida. Meses después de finalizar el último capítulo, Made in America, no pasa el día en que no recuerde alguna escena, algún ejemplo que se pueda aplicar a la vida o que despierte sentimientos similares a los experimentados por los personajes. Y esto engrandece esta serie, el hecho de ser recordada continuamente, de no tratarse de una digestión fácil del Hollywood de los últimos tiempos.

 

El espectador español medio se ha “formado” en el último decenio con Grandes Hermanos, triunfitos, autobuses, islas y toda suerte de norias, salsas y verduras. Así, es muy difícil que cale algo tan profundo como The Sopranos, siendo a la par francamente atractivo en todos sus aspectos. La cultura del esfuerzo ha desaparecido, pero lo ha hecho incluso en el terreno televisivo. Se pide fast food catódica, “algo de comedia que me haga reír, que bastantes problemas tengo ya”. Lo que no conciben es que realizar un esfuerzo intelectual ante la pantalla ofrece muchas más recompensas. Te ayuda a empatizar con otros seres humanos ficticios, llegas a vivir sus vidas e incluso muchas veces te sirven de terapia, reconducen tu alma y te ofrecen incluso respuestas a algunos problemas diarios. Al final, la vinculación que se establece es tan poderosa, que nos falta tiempo para agradecer el día en que decidimos dedicar nuestro valioso tiempo a este producto de la HBO. Me atrevería a aventurar que una familia que vea esta obra puede llegar a mejorar en su relación, a conocerse más entre ellos, en especial al comentar los aspectos más trascendentales de cada episodio.

Es fácil encontrarse también con gente que argumenta que el tema de la mafia está muy manido, sin ánimo por su parte de profundizar en el resto del relato. El creador, David Chase, pensó inicialmente en realizar una serie protagonizada por un guionista que acude a terapia psiquiátrica. El tema le pareció acertadamente poco comercial, por lo que decidió que un líder mafioso ofrecería mucho más juego. Lejos de ceñirse al complejo mundo criminal, nos brindó un punto de vista muy alejado del romanticismo de la trilogía de El Padrino y fue más allá, introduciéndonos en la vida familiar de este jefe de la mafia de New Jersey. Tony Soprano (James Gandolfini) es un hombre de mediana edad, asolado por las mil y una interrogantes que nos arroja la vida, padre de dos hijos adolescentes e infiel a su esposa Carmela (Edie Falco). Los problemas derivados de llevar las riendas del principal grupo criminal del estado no son a veces comparables con los provocados por una madre posesiva, manipuladora y definitivamente malvada, Livia (Nancy Marchand).

¿Por qué la mafia? Porque es un mundo sugestivo, que atrae a casi todo el mundo por igual, pese a su lado pecaminoso, salvaje e inmoral. Vivir en una sociedad de acuerdo a la ley implica en ocasiones limitarse en los deseos, anhelos e instintos de las personas. Se podría decir que es como tratar de poner vallas al campo o intentar atrapar a la persona dentro de una alambrada de lo moralmente aceptable. Ciertas personas viven respetando la ley y no tienen problemas con ella en toda su vida. Otras, en cambio, ceden a las tentaciones, roban vehículos de lujo, aceptan sobornos o trafican con inmigrantes. La ley es necesaria para poder convivir en sociedad, pero siempre habrá gente a la que no se pueda refrenar, ni mediante penas de prisión, ni mediante condenas a muerte.

Conocer la vida de un jefe mafioso al detalle hace despertar en nosotros fantasías, acerca de cómo serían nuestros días en caso de delinquir, vernos rodeados de mujeres jóvenes y hermosas atraídas por nuestro dinero y poder, dominar al resto haciendo uso del miedo y la coacción o habitar en una inmensa mansión con una gran piscina fruto de nuestros negocios relacionados con el “transporte de desechos”.  La mayor parte de las personas hemos tenido estos pensamientos a lo largo de nuestras vidas, romper con las convenciones sociales, llevar un comportamiento amoral impropio de la persona que hemos labrado frente a los demás durante décadas y dejar campar a sus anchas los más bajos instintos que nos emparientan directamente con los otros mamíferos. Son sólo pensamientos impíos, pero a la par inocentes, que en muy pocos casos llegan a materializarse, con consecuencias nefastas generalmente cuando se llevan a cabo.

Tony Soprano es ese yo oculto que todos tenemos, esa bestia salvaje en nuestro interior domesticada, pero que Tony saca a pasear continuamente sin reprimirse. De ahí surge la empatía, y hasta una cierta envidia. En el fondo, todos podríamos ser Tony Soprano, simplemente no podemos o no queremos dar el paso. De todos modos, conviene recordar que un mundo plagado de personas como el protagonista de esta obra sería inhabitable, donde el egoísmo más radical floreciera por doquier. Los mafiosos ningunean las leyes con el único propósito de lograr dinero fácil, a costa de amenazar, atacar e incluso matar a quien se ponga en su camino. La actriz Kathrine Narducci, que interpreta en la serie a Charmaine Bucco, afirmaba en una reciente entrevista que los verdaderos italoamericanos no son aquellos que forman parte de la mafia, sino esa gran mayoría que se levanta temprano cada mañana para ir a trabajar.

 

Uno de los grandes aciertos de David Chase es desmitificar la mafia que él conoció cuando era un muchacho en la propia New Jersey (su nombre real de nacimiento es David DeCesare). Como señala Patsy Parisi, interpretado por Dan Grimaldi, amenazando a Gloria Trillo, amante de Tony, “no se acerque a él o a su familia. De lo contrario, lo último que verá será mi cara, y no será cinematográfico”. Con estas palabras no literales expresa que las acciones de la mafia se han mitificado desde los medios, hasta el punto de olvidar su lado más canalla y brutal. David Chase y su equipo eliminan el glamour cinematográfico y colocan a estas personas al nivel que merecen, mostrados como delincuentes bien organizados jerárquicamente, pero delincuentes al fin y al cabo.

Los mafiosos de Los Soprano son personas de bajo nivel intelectual, que visten ropas de dudoso gusto y que caminan por la vida pensando que lo que hacen es justo y lógico, han interiorizado su oficio y su ruindad de tal forma, que no entienden cuando alguien se opone a su modo de actuar. En este sentido, baste mencionar como ejemplo un episodio en que un hombre que se dedica a cortar el césped del barrio acude a hablar con Tony. Durante los últimos años ha estado cortando la hierba en el jardín de Johnny “Sack” completamente gratis, por lo que pide poder dejar de hacerlo. El rostro de Tony muestra a la perfección el asombro por tal insolencia. No concibe que ese hombre digno tenga derecho siquiera a hablarle, y mucho menos cuestionar si puede elegir entre realizar su trabajo o no hacerlo. El líder mafioso de facto establece una sociedad dividida en estratos, en clases, pero no de grupos económicos, sino una división establecida en función de quién pertenece a esos negocios turbios y quién no. En esta serie, una escena aparentemente sin importancia como ésta contiene muchas de las claves de estas sociedades delictivas, de la ambición desmedida y de la búsqueda de poder a cualquier precio.

El argumento de Los Soprano se desarrolla de forma magistral a lo largo de seis temporadas, pero de una forma muy diferente a lo que estamos acostumbrados. Los clímax no están condicionados por las pausas publicitarias, por lo que pueden llegar en cualquier momento. Así, el efecto sorpresa en el espectador es mucho mayor. El uso de la violencia también es determinante. Ésta llega de improviso, como si de un accidente se tratase. Cruda, directa y fríamente se muestra cómo estas alimañas recurren a la agresividad desmedida cuando uno menos se lo espera. Estas escenas de acción no sólo están fenomenalmente bien rodadas, sino que consiguen calar en el espectador como si el cruento acto estuviera teniendo lugar en su propio salón. Chase permite que nos identifiquemos con los mafiosos, que se ganen nuestra simpatía, pero de un zarpazo nos devuelve a la realidad, asistiendo a cómo realizan un horrible asesinato o a cómo propinan una paliza a una persona, postrándola en una silla de ruedas. De la simpatía pasamos a la repulsión. Nos hace quererlos, para luego odiarlos. Nos trata de decir que no nos fiemos de las apariencias, que no nos dejemos engañar atrapados por su encanto y carisma.

En determinados puntos de la serie no se duda en mostrar con todo lujo de detalles miembros amputados, alguna cabeza o terribles asesinatos como el de la amante de Ralphie Cifaretto (Joe Pantoliano). Éste ha recibido la noticia de que una joven bailarina de striptease del Bada Bing (local de topless que utiliza la Familia para llevar el negocio) espera un hijo de él. En un momento dado, Ralph la conduce fuera del local y le da una tremenda paliza, partiendo con contundencia su cráneo contra una valla de metal. La crudeza es tal, que miles de personas se dieron de baja del canal HBO al día siguiente de su pase por televisión. Encontramos evidentes paralelismos de esta violencia en la magnífica Uno de los Nuestros y por extensión en gran parte del cine de Martin Scorsese, una de las principales influencias de Chase a la hora de crear Los Soprano. Como anécdota, hasta 27 actores de la serie aparecen en la película del director neoyorkino.

Narrativamente, aporta numerosas novedades en el mundo de la televisión, y no únicamente por la verosimilitud de la violencia. Los hechos principales no son necesariamente explicados en detalle en ocasiones, tampoco algunas tramas secundarias, muchos hilos deliberadamente no se atan y los nuevos personajes no son presentados. Esto es otro gran logro de una industria televisiva acostumbrada a los finales felices y a indicar continuamente al espectador dónde se encuentra, haciendo uso incluso de avances previos que repasan las semanas anteriores. En Los Soprano, a veces no se entiende un negocio sucio que están llevando a cabo, bien por la complejidad del mismo como por la falta de información. No importa, ¿acaso entendemos cada uno de los aspectos de nuestra vida y de cuanto nos rodea? Eso es lo que nos quiere transmitir Chase. No es necesario que yo le explique todo para que usted saque sus propias conclusiones e hilvane la historia.

Cuando aparece un nuevo personaje, puede que pasen varios capítulos sin que se nos diga de quién se trata, su nombre, procedencia o actividad, y a veces ni siquiera se llega a aportar ningún dato. Es el espectador quien debe recoger pequeñas pistas e información, para encajar las piezas, algo más propio del cine europeo que del americano. Esto puede crear gran confusión en algunos espectadores, dado el amplio reparto y sobre todo por los más de ocho años transcurridos entre el comienzo y el final de la serie. Todo ello obliga a un segundo visionado, tratando de concentrar todos los episodios de la serie en el menor tiempo posible para poder seguir la trama en buenas condiciones.

Un sistema muy práctico empleado para incorporar nuevos actores es el de presentarlos cuando salen de prisión. Dado que muchos de los mafiosos cumplen largas condenas es un método eficaz y natural de incorporar nuevos rostros. Puede parecer un recurso poco elaborado, pero es perfectamente válido, pues está perfectamente corroborado por la vida real. Los cientos de personajes llegan a conformar una red tan enmarañada que es recomendable acudir a algunas webs para informarse de quién es cada personaje, pues algunos se mencionan y no aparecen hasta temporadas posteriores o simplemente ocupan importantes cargos sin que se llegue a ver su rostro. Los miembros de la Familia nos son ofrecidos como si nosotros también fuéramos socios del grupo y no necesitaran presentación, como si nos hubiéramos colado en su despacho en medio de su conversación, sin posibilidad de interrumpir a quien habla.

Otra cuestión que se aborda con total naturalidad es el sexo. En casi todos los episodios se muestran chicas en topless u hombres en calzoncillos, aunque nunca se llegan a mostrar desnudos integrales. Esa espontaneidad para tratar la sexualidad nos hace olvidar de nuevo el carácter televisivo de la obra y evoca el cine de los 70, donde los desnudos se comenzaron a mostrar en el cine americano de forma mucho más común y sin artificios.

El mundo de los sueños es otro de los elementos clave de la narración, con momentos ciertamente sutiles y aproximaciones al surrealismo. Esos períodos de somnolencia varían en su duración. Algunos se prolongan sólo varios minutos y otros alcanzan incluso un par de episodios de duración. El resultado logrado es de una gran irrealidad, algo parecido a lo que se experimenta durante un sueño de verdad. Sabes que lo que está ocurriendo no es habitual, pero tampoco te atreves a afirmar con rotundidad que todo se trata de un sueño. Los Soprano es una serie plagada de simbolismo, que muchas veces prefiere sugerir antes que mostrar, lo que vuelve a emparentar a la obra de HBO con el cine europeo. En los sueños ese simbolismo se multiplica, dando lugar a situaciones a veces hilarantes y en otras ocasiones a momentos realmente profundos y reflexivos, como cuando Tony se ve sumido en un coma, durante el cual vivirá en una especie de limbo donde se analiza la muerte, la vida, la existencia del más allá y la sensación de vernos perdidos en tierra de nadie ante tales disyuntivas. Sin embargo, en ningún caso se ofrecen estas lecturas de modo descarado, sino siempre soterrado, con menciones indirectas, que de nuevo requieren la atención del televidente.

En los sueños el protagonista confesará sus crímenes, se arrepentirá de haber dado muerte a algunos de sus amigos y será cuestionado por la sociedad que le rodea, dada su actividad delictiva. Especialmente brillantes en este sentido son los episodios Distorsiones, Únete al Grupo y Mayham. El primero, que da fin a la segunda temporada, es un excepcional capítulo en el que Tony tras ingerir comida en mal estado en un restaurante hindú comienza a tener sueños, plagados de incoherencias, elementos extraños y grandes dosis de humor, donde se repasa parte de su pasado, desde los recuerdos de los tiempos de su padre hasta las sospechas que en él despiertan algunos de sus asociados. La culpa hace acto de presencia, y se mostrará de forma recurrente e inevitable durante el resto de la serie.

En los otros dos capítulos, pertenecientes a la primera parte de la sexta temporada, Tony cae en un coma tras ser disparado por un demente tío Junior. Pronto se verá a sí mismo como un común y corriente hombre de negocios que se ve atrapado en una feria lejos de su ciudad y de su familia. Su identidad es suplantada y ni siquiera logra recordar quién es él mismo. Es sencillo reconocer en este sueño importantes reflexiones relativas a la necesidad de saber cuál es nuestro lugar en el mundo y en la vida, es decir, la búsqueda de la identidad, y el riesgo de poder perderla en cualquier momento y vernos desnudos, alienados por empresas, gobiernos o dictaduras. Pero también se adentra en el análisis de lo que separa la vida de la muerte, de cuándo está escrito que llegue nuestro momento y de los procesos mentales previos a la llegada de ese inevitable instante.

Otra pieza fundamental es la terapia que sigue Tony con la psiquiatra Jennifer Melfi, interpretada por Lorraine Bracco. También otros personajes recurren a este tratamiento, de hecho toda la familia Soprano lo termina haciendo en un momento u otro, pero el peso específico en la serie es mucho menor que la relación que se establece entre Tony y la doctora Melfi. No sólo se psicoanaliza al personaje mediante los sueños, sino que la terapia psiquiátrica aporta una profundidad aún mucho mayor al personaje principal, conociendo la influencia de su madre en sus pensamientos, una auténtica arpía que condicionará la vida de todos sus descendientes. Tampoco el padre era digno de ejemplo, pues formaba parte de la misma familia mafiosa Dimeo.

Pero los problemas no finalizan con los padres, sino que los enfrentamientos y diferencias con su mujer se multiplican, sin olvidar que sus hijos atraviesan una adolescencia especialmente conflictiva. Desde su cargo de Don de la Familia, debe estar siempre ojo avizor para que ninguno de sus socios le traicione y le apuñale por la espalda. No confía pues en nadie. Ser un jefe mafioso implica saberse en peligro las 24 horas del día los 365 días del año, con el precedente de que los que ocupan ese cargo normalmente terminan sus días entre rejas o asesinados. Esto despierta en él sentimientos de miedo y de culpa, la necesidad de buscar responsables para actos de los que él es el único culpable, una pesada carga con la que no siempre puede lidiar y que le conduce a sufrir ataques de pánico, un problema que transmitirá igualmente a su hijo, pero que nada tiene que ver con la enfermedad, sino con la responsabilidad de ser un Soprano. Tony busca respuestas, tratamientos rápidos que le alivien de saberse hijo de una madre posesiva y responsable del sufrimiento de muchas otras personas. En ese sentido, es la viva reencarnación de su propia madre. Sin embargo, no existe tratamiento para su aflicción, es él quien ha decidido padecerla desde el momento en que hizo el juramento para acceder a la familia Dimeo y desde el instante en que aceptó quebrar la vida de otros para crear un reino perecedero alrededor de sí mismo.

Otro elemento clave en el conjunto de la serie es la omnipresencia de la comida. Cualquier momento es bueno para darse un atracón o picar entre horas. Todos se reúnen en torno a una mesa tanto para encuentros familiares como para tratar negocios oscuros, y el espectador irremisiblemente se siente atraído por tanto yantar, hasta el punto de que verles comer despierta el hambre en los propios televidentes. ¿Quién no se ha sentido tentado por un plato de pasta mientras veía algún capítulo? Incluso yo mismo, al día siguiente de visionar el último episodio, terminé en Italia de forma más o menos deliberada en busca de esos mismos manjares que degustaban los protagonistas. Especial recuerdo guardo de un magnífico plato de gnocchis junto a la Via Nazionale de Roma. ¿Estaría Artie Bucco tras los fogones?

Para dar vida a tan compleja trama y poner voz a los inteligentes diálogos, se necesitaba un reparto de excepción, que no hiciera que el trabajo previo se rompiera en añicos. Los Soprano cuenta con un reparto extraordinario, amplio y rico, que aporta una tremenda naturalidad a los personajes que interpretan. Hay un gran número de protagonistas que disfrutan de un importante peso en la obra, y cuyos rostros hemos adherido indeleblemente a nuestros cerebros. Por ese motivo, es necesario hacer un análisis de cada uno de los personajes principales, de sus motivaciones y de los actores que los encarnan.

Nadie pondrá en duda que la pieza clave del reparto es Tony Soprano, interpretado por James Gandolfini. Para ello era necesario contratar a alguien que fuera capaz de ofrecer un rango interpretativo amplio, que lo mismo despertara dulzura que se convirtiera rápidamente en un sádico digno del Tercer Reich. Gandolfini no sólo aporta volumen corporal al personaje, sino una personalidad caracterizada por el egocentrismo, la vulgaridad, la incultura, una poderosa inteligencia manipuladora, una actitud hedonista y una profunda atracción sexual por las mujeres, sentimiento igualmente recíproco. En una de las sesiones de terapia Tony afirma a la doctora Melfi que siempre ha sido una buena persona. Esto debería ser considerado como el cénit de la hipocresía. Un hombre que ha hecho todo aquello que el sentido común nos dice que no debemos hacer asevera que es una persona bondadosa. Ha asesinado y amenazado, ha estafado al erario público y se ha aprovechado de los más débiles y desfavorecidos, ha engañado a su mujer en incontables ocasiones, y ha abandonado el cuidado de sus hijos en una etapa tan importante como es la adolescencia.

Sin embargo, para cuajar un personaje tan extraordinario y completo, tan vivo que parece querer escapar de la pantalla, Gandolfini recurre a miles de matices que enriquecen su interpretación. Nadie fuma los puros como él lo hace. Ningún otro actor duerme mejor que él. ¿Alguien se puede atrever a afirmar que cuando Tony se levanta de la cama esté actuando? ¿O cuando acude somnoliento y con el pelo revuelto a recoger el periódico? Es capaz de expresar con su rostro, con sus manos o con sus ojos sentimientos y diálogos que no requieren de palabras. Esto sólo está al alcance de un monstruo interpretativo, que es capaz de pasar de ser un grandullón romántico, travieso y juguetón a un colérico demonio en apenas unos instantes. La mayor parte del público adora su personaje, pese a su ruindad, y haciendo gala de la misma hipocresía que ejercita Tony, pide posteriormente que expíe sus pecados al final de la serie, para que ellos mismos igualmente puedan limpiar sus conciencias por haber apoyado a ese ser en su devenir pecaminoso.

Sería injusto otorgar todos los galones a Gandolfini y no colocar a su altura a la compañera que le proporciona el equilibrio, Carmela Soprano, personaje al que da vida Edie Falco. Son infinidad los momentos en que Falco demuestra su capacidad interpretativa, si bien es cierto que en algunas temporadas el papel de ella ocupa un lugar mucho más prominente que en otras. Consigue labrar una caracterización donde se subraya la duda, la angustia vital, la soledad, la fortaleza, la capacidad de lucha, el espíritu conciliador y la ambigüedad. Carmela no es menos hipócrita que su marido. Sabe a lo que éste se dedica y las consecuencias que ello acarrea en forma de cuernos, entre otros muchos efectos secundarios. Pese a eso, se encoleriza cuando una amante llama al teléfono del hogar, una reacción que se podría calificar como realizada por defecto. No es tanto que no sepa que su marido le está engañando con otras, es la obligación cultural y social de enfrentarse a la mujer que usurpa su puesto, pese a que ella conoce de sobra su existencia.

Pero lo que define completamente la moral del personaje es un hecho que se produce cuando Carmela acude a un psiquiatra. Éste le espeta que debe abandonar a su marido, despedirse del dinero fácil e ilegal que le llega en cantidades abundantes, buscarse una nueva vida de lucha y esfuerzo, ganándose el pan con el sudor de su frente. El psiquiatra renuncia incluso a cobrar sus honorarios, por tratarse de dinero sucio. Lejos de seguir sus consejos, se reúne con Tony en el dormitorio y le solicita una importante cantidad de dinero para financiar la Universidad de Columbia en la que estudia su hija. De esta manera, purga su alma de cualquier halo de culpabilidad y continúa por la misma senda, haciendo caso omiso a los sabios consejos de ese hombre.

Carmela juega a la ambigüedad, pues se muestra sorprendida y airada cuando por televisión o en la calle asiste a acontecimientos violentos. No duda en participar incluso en colectas benéficas. Todo esto lo realiza cuando su hogar, esa mansión excesiva, es la catedral de la inmoralidad. Carmela se coloca un velo frente a los ojos y se mantiene firme, pero a la vez titubeante, sobre una cuerda de equilibrista que amenaza con romperse en cualquier instante. Así, Tony puede morir por el cargo que ostenta y dejarla sumida en la pobreza, obligándola a realizar esas tareas penosas que le señalaba el psiquiatra. Es decir, no sólo Carmela decide no seguir sus consejos, sino que trata de cubrirse las espaldas con planes de pensiones y herencias bien arregladas, de forma que nunca tenga que pasar por el duro trance de ganarse la vida honradamente. Todo esto puede sonar duro, pero es aquello que se encuentra bajo esa capa de decencia y ética que muestra en cada temporada, lo que no impide que se trate de una mujer con agallas, luchadora, y en ciertos aspectos un ejemplo para el resto de mujeres.

En el matrimonio Soprano se producen numerosas fricciones, con amenazas, insultos y separaciones de por medio. De entre todas ellas, destaca el capítulo final de la cuarta temporada, Whitecaps, un auténtico recital interpretativo donde ambos sacan a la luz sus sentimientos y repasan sin compasión los defectos del otro. Una atribulada Carmela le confiesa sus deseos por Furio y Tony, el único que verdaderamente ha engañado a su pareja, se muestra mucho más colérico que su esposa. Esta explosión en el seno del matrimonio da lugar a la separación momentánea de la quinta temporada, enriqueciendo aún más una de por sí ya excelente construcción de personajes.

En lo referente a los hijos, estos pueden resultar antipáticos en un momento u otro al espectador. Por norma general, un adolescente voluble, caprichoso y egoísta resulta cuando menos desagradable. Ambos atraviesan en la serie ese periodo tan complicado que es la adolescencia y el televidente asiste a su verdadera evolución física a lo largo de esos ocho años y medio. La entrada en la edad adulta de Meadow (Jamie-Lynn Sigler) es menos complicada que la de su hermano, pese a eso asistimos a problemas en su relación con los chicos, al despertar sexual, la independencia respecto de sus padres, el comienzo de su vida laboral, sus pensamientos acerca del vacío existencial y la necesidad de huir, así como unos planes de boda que posteriormente se rompen. El trabajo de la actriz es adecuado y representa su papel con talento, aunque no raya al nivel de sus progenitores en la ficción.

Algo parecido se podría decir de A.J. Soprano (Robert Iler), el hermano menor, al que conocemos siendo un mocoso gordinflón, que termina la serie convertido en todo un hombre problemático. Ambos hermanos crecen rodeados de comodidades y abundancia, pero paradójicamente el oscuro oficio de su padre no les ayuda en el proceso de crecimiento personal, lo cual les lleva a poner en solfa lo que sus padres hacen. Meadow trabaja como voluntaria ayudando a los más desfavorecidos. A.J., por su parte, lucha verbalmente contra aquello que es injusto. Ambos tratan de esa manera de compensar los excesos de los cabezas de familia y purificar el alma conjunta de los Soprano. Son los hijos, por tanto, los que dan una lección a sus mayores.

A.J. crece en un entorno seguro y cómodo. Ante el menor resquicio de problemas comienza a mostrar los mismos síntomas que su padre, ataques de pánico y desvanecimientos repentinos. Ya de adulto el problema se agudiza hasta provocarle un pesimismo exacerbado, un abandono vital y el cuestionamiento de los valores comúnmente aceptados. Todo ello le lleva hasta el extremo de tratar de suicidarse. Parece que al final termina encontrando su camino, pero no dudo que los problemas se seguirán multiplicando en el futuro. El personaje, y por tanto su carga interpretativa, es más importante conforme va creciendo, aunque su actitud lo pueda convertir en ocasiones en alguien irritante.

Todo esto en lo referente a la familia Soprano, un grupo que tras 86 capítulos resulta tan cercano, que nos encontraremos continuamente expuestos en la vida diaria a situaciones muy similares a las que afrontan sus miembros. Ésta es otra de las grandes virtudes de la serie, el comulgar con las vidas ajenas, no importa el país o el tiempo, pues todos en algún momento hemos vivido en la familia Soprano.

Especialmente importante es el papel de Christopher Moltisanti (Michael Imperioli), pues representa la savia nueva en la familia criminal, el joven ambicioso que quiere abrirse camino para llegar a la cúspide cuanto antes y abandonar su diminuto apartamento. Christopher estaba llamado a ser el sustituto natural de Tony, y así se lo hace saber su mentor. Sin embargo, graves problemas con las drogas le llegarán a convertir en poco menos que un cadáver, un hombre que dormita en vida. Ni las clínicas de desintoxicación le servirán para desterrar completamente estas sustancias de su vida. Christopher es por tanto un personaje muy valioso, que aglutina en su persona a todos los jóvenes, y que tropieza en su ascenso al caer en las redes de la tentación. No puedo dejar pasar por alto su extremada crueldad en ciertos momentos, algo que no es ajeno a muchos de los personajes de la serie. El intérprete que le pone rostro, Michael Imperioli, participó incluso en Uno de los Nuestros, realizando un papel de joven apocado con un final bastante trágico. Michael no se conformó sólo con actuar, sino que escribió incluso el guión de cinco episodios.

Christopher busca el éxito por todos los medios, incluso adentrándose en el mundo del cine como productor y guionista, emulando a su intérprete en la vida real. En la sexta temporada se casa con Kelli Moltisanti, pero este personaje no es aceptado por el público en los apenas siete capítulos en que aparece, pues ése era el efecto buscado por los responsables de la serie. El motivo es que nadie podría hacer olvidar a su desaparecida pareja, Adriana La Cerva (Drea de Matteo). La relación entre ambos es incluso más problemática que la de Tony y Carmela, pero es natural si atendemos a que son dos jóvenes ambiciosos que aún no han encontrado su lugar. También ella cae en los mismos vicios y sufre de ese deseo de notabilidad, si bien dentro de ella hay mucha mayor bondad que en el interior de su novio. Se podría decir que Adriana es una buena persona, sólo que le cuesta mucho canalizar sus sentimientos y se rodea de las personas menos adecuadas para poder expresarlos. Cuando ve en la quinta temporada que está a punto de quemarse trata de poner pies en polvorosa, aunque la mafia no tiende a facilitar este tipo de huidas.

De excepcional se podría calificar al penúltimo episodio de la quinta temporada, Aparcamiento prolongado, donde Adriana confiesa a Christopher que durante un tiempo ha sido informante del FBI. Le propone a éste huir a la costa oeste, donde podrían formar una familia. La discusión posterior y la terrible pelea que le sigue, son de una crudeza y de un realismo que no dejarán a ningún espectador indiferente. Sus interpretaciones son tan contundentes que se cuentan ya entre lo mejor de la serie, ganando ambos un merecido Emmy. La estructura narrativa del resto del capítulo, el montaje y el ajusticiamiento en el bosque por parte de Silvio Dante, elevan esta hora de emisión a las más altas cotas de calidad que la televisión haya albergado jamás.


Livia Soprano, madre del protagonista, ya ha sido presentada previamente como una madre manipuladora y persuasiva, capaz incluso de conspirar para dar muerte a un hijo de su propio seno. Es difícil encontrar ni un solo elemento positivo en su personalidad. Por ello, ofrecía un gran juego en el desarrollo de la serie y sus responsables le otorgaban un papel central en la tercera temporada. La desgraciada muerte de Nancy Marchand, su magnífica intérprete, echó por tierra las previsiones y obligó a realizar cambios. El espectador mostraba rápidamente interés por su personaje, porque uno tiene la sensación de haber conocido a alguien así en su círculo más próximo, si bien obviamente no tan cruel hasta el punto de querer liquidar a su propio hijo. Fue una gran pérdida, aunque buscando los aspectos positivos, abrió también las puertas a otras posibilidades narrativas.

Otro triunfo creativo es el de Junior Corrado Soprano (Dominic Chianese), tío de Tony. Representa a la vieja escuela, otra forma de actuar y de pensar, en un tiempo indudablemente más machista. Su carácter avinagrado, su mala uva y su marcado sarcasmo, hacen de él un personaje igualmente real, ya que podemos observar a través de sus enormes gafas y saber que en su cabeza se agolpan los pensamientos más maquiavélicos. Su progresivo deterioro y caída en el mal de Alzheimer, añaden un peso más valioso aún a la persona de Junior, alguien por el que terminaremos sintiendo verdadera lástima. Resulta curioso comprobar cómo este anciano, al igual que muchos otros en este complicado mundo delictivo, pasan de un estado de ira contenida o de violencia desatada a poder cantar profundas y sentimentales canciones italianas. Cuando uno oye hablar a Dominic Chianese fuera de su papel y comprueba que está en perfectas facultades mentales, siente como una especie de shock al comprobar la excelencia compositiva de Chianese, que aporta una total verosimilitud a la recreación de Junior.

Jannice Soprano, interpretada por Aida Turturro, es la hermana de Tony en la ficción y prima en la vida real del conocido actor John Turturro. Ambos hermanos pueden ser considerados como dos gotas de agua. Pese a la diferencia de sexo, se han criado con la misma madre, en el mismo hogar y han desarrollado una personalidad semejante. Ambos son egoístas, manipuladores, malvados e inteligentes. Mientras Tony ha sabido lidiar con la familia y crecer en la organización, Jannice se ha visto obligada a huir una y otra vez por sus mayores problemas de adaptación. Tony es capaz de ocultar de forma más eficaz sus defectos, mientras que Jannice resulta muy manifiesta en sus intenciones, haciendo más ineficaz su manipulación, de ahí que deba huir cuando las cosas se complican. Simplificándolo, Tony miente mejor que su hermana, ya que se le nota menos. Por este motivo se producen sus continuas desavenencias, debido a que los polos iguales se repelen y porque ambos conocen demasiado bien los defectos del otro. Aida Turturro encarna correctamente el papel, imprimiendo un toque neurótico, inquieto e impulsivo a su personaje.

Jennifer Melfi (Lorraine Bracco) aporta un aire intelectual parapetada detrás de sus gafas. La actriz, con una sensualidad contenida, y manteniendo su sex appeal pese a la madurez, trata de abrir los ojos a Tony, al mostrarle todos los factores que intervienen en su conducta y en su forma de pensar. Su relación médico-paciente nunca pasa a mayores y es cortada de forma abrupta al final. Realmente era ésta la única manera para ella de poner un punto final al tratamiento. Una decisión valiente y necesaria, pese a que el espectador sienta que no está debidamente justificada. Como ser humano Melfi cae también en muchas contradicciones, tanto en su vida privada como profesional. En la primera temporada y especialmente en la segunda, Jennifer Melfi tiene la oportunidad de romper con la terapia de Tony, pero indudablemente surge una atracción por conocer a ese jefe mafioso, sus motivaciones y el alcance de su poder, al igual que un impulso sexual irrefrenable que trata de reprimir por todos los medios. Melfi es una especie de voyeur del alma, que quiere conocer a su paciente, pero sin ser vista ni puesta en peligro. Lorraine Bracco incorpora al personaje los elementos necesarios para hacer de ella una intelectual competente e inteligente. Bracco, una estrella de Hollywood con incluso una nominación al Oscar de mejor actriz principal por Uno de los Nuestros, realiza un gran trabajo, alcanzando su cumbre en el capítulo Empleado del Mes en el cual es violada.  

En cuanto a la otra familia, la delictiva, hay un gran número de personajes que destacar, pero entre los más sobresalientes e importantes se encuentran los siguientes. Paulie Walnuts (Tony Sirico) es probablemente el mayor elemento cómico de la serie, pese a su pasión por la violencia cuando él cree necesaria emplearla, es decir, casi siempre. ¿Quién no se ha reído con Paulie cuando ahoga a la anciana amiga de su madre? ¿O cuando recoge el cuadro de Tony junto al caballo y lo coloca en su casa? ¿O con el gato con el que se enfrenta al final de la serie? ¿O cuando roba bollería en el hotel de camino a Florida? Esta vis cómica es deliberada, pero a la par creíble y conforma un personaje tan auténtico y clásico como el de Junior.

Puede que gran parte del mérito de la elaboración del personaje resida en que el propio Sirico pasó varios años entre rejas por sus continuos delitos. Paulie, profesional y miembro también de la vieja escuela, se muestra irremediablemente frágil en numerosas ocasiones, ofreciendo sus servicios a la familia de Brooklyn o asistiendo impotente a la revelación de que su madre es en realidad una monja. Todo esto hace que el espectador coja aún más cariño al personaje. Puede que la serie haya terminado, pero me resisto a creer que Paulie haya dejado de tomar el sol frente a la entrada de Satriale’s, vistiendo sus inconfundibles chándales.

Silvio Dante es uno de los protagonistas más singulares de la serie. Dotado de una personalidad igualmente marcada, se caracteriza por su cuidado cabello y su impecable indumentaria, algunas veces reñida con el buen gusto. Resulta jocoso en sus encarnaciones de Michael Corleone y en su sempiterno gesto arqueando los labios y cruzando sus manos. Si al espectador le atrapa el universo Soprano, se verá pronto frente al espejo imitando el rostro de desagrado de Dante, tratando de emular en vano la forma angulosa que adquiere su boca. No menos cómico resulta cuando sobre sus hombros de Consigliere recae el peso de hacer de Don provisional mientras Tony está en coma, peso que le llevará al hospital por una crisis respiratoria vinculada a la pura ansiedad provocada por el nuevo cargo. Como en el caso de Paulie y de otros muchos, también se caracteriza por su sangre fría y resolución a la hora de aplicar con contundencia castigos a sus víctimas, como en el caso de Adriana, en el que da buena muestra de su proceder. Más salvaje aún es la muerte a cuchilladas de uno de los miembros de la familia de Nueva York. 

Silvio es interpretado por el guitarrista de la E Street Band, Steven Van Zandt, y su mujer Gabriella por su propia esposa en la vida real, Maureen. Hace aproximadamente un año asistí a un concierto de Bruce Springsteen y la E Street Band en mi ciudad. Ante mi desconocimiento de su carrera como actor, poco podía sospechar que un año después estaría escribiendo estas líneas sobre su persona, pero no por méritos musicales, sino interpretativos. Van Zandt había expresado con anterioridad su deseo de no ceñirse tanto al terreno musical y cuajar una carrera política e interpretativa. David Chase acertó de lleno al incluirle en el reparto principal pese a su nula experiencia previa como actor, creando un personaje que no existía en los primeros borradores. Van Zandt, lejos de darse por satisfecho con la mera elección, no dudó en describir pormenorizadamente sobre el papel la personalidad de Silvio Dante, sus aficiones, manías y gestos, que son los que hemos terminado viendo finalmente en la pantalla. Por si a algún lector le interesa, desde el año 2002 presenta el programa de radio Little Steven’s Underground Garage, que se puede escuchar en alguna emisora nacional y online.

Bobby Bacala parece estar en la Familia por mera casualidad. Es quizás el personaje más desubicado de la serie, condicionado por las circunstancias que le han requerido en ese lugar. Su carácter noble, fiel y sereno no encaja con el de sus compañeros, quienes no guardan ya ningún atisbo de la inocencia que aún perdura en la persona de Bobby. Esta condición no tarda en alertar al espectador de su probable trágico destino, incapaz de hacer frente a conspiradores y criminales de tan alto calado. Su viudedad y la relación que establece con Jannice vuelven a ser motivo por una parte de la desgracia y por el otro de las circunstancias que le rodean, incapaz de desvincularse de ese mundo heredado de su padre, pero no elegido por sí mismo. Su afición por las maquetas de trenes, la gran dedicación hacia sus hijos y su fidelidad a personajes como Junior, nos hacen verle como uno de los personajes más entrañables de la obra. Steve Schirripa construye el personaje con gran acierto, aportando ese carácter naïf realista, y a la vez improbable en un mundo como el de la mafia.

Vito Spatafore (Joseph Gannascoli) realiza un aporte novedoso al universo mafioso en los medios audiovisuales, por su caracterización de padre de familia y esposo homosexual. Defender su condición de gay en una organización tan machista no era tarea sencilla y su suerte final en ese sentido era ciertamente previsible. Muchos han alzado su voz para señalar que su personaje y sus intereses sexuales gozan de demasiado protagonismo en la sexta temporada, en especial su relación con un bombero en New Hampshire (John A. Costelloe), trágicamente fallecido en la vida real. Puede que tengan parte de razón y que esa relación no aporte nada a la obra en su conjunto, pero sí que agrega algo totalmente desconocido e impensable en el mundo del hampa, sentando precedente. Como curiosidad, actualmente en la ciudad  de Nueva York se organizan tours por New Jersey para seguir los pasos de los personajes de la serie. Joseph Gannascoli participa en este tour, vendiendo productos de la serie con fines benéficos.

Big Pussy Bonpensiero (Vincent Pastore) desaparece de la serie pronto, al final de la segunda temporada. Sin embargo, se echa en falta su figura continuamente e incluso en la última temporada aún se recuerda su paso por las vidas de los personajes. Pastore, un habitual de las películas sobre la mafia, encarna a un confidente del FBI, que traiciona al que era su mejor amigo, Tony Soprano. Su personaje se caracteriza por su tono reflexivo y atormentado, que no duda en sacrificarse a sí mismo por poder sacar adelante los estudios de su hijo, con el fin de que no siga su mismo camino.

Entre los secundarios encontramos a otros muchos personajes destacados que bien merecen nuestra atención. Artie Bucco (John Ventimiglia) es el cocinero del restaurante Vesubio, casado con Charmaine Bucco (Kathrine Narducci), quien se acostó con Tony en su adolescencia en el instituto. Mientras ella se enfrenta a la condición de mafiosos de sus clientes más fieles, él se ve tentado por el poder de la Familia, el dinero que manejan y las mujeres que frecuentan. En su intento por emularles realizando negocios fraudulentos fracasa estrepitosamente, poniendo en peligro su profesión y su matrimonio. A Artie le faltan agallas para formar parte de la mafia y soportar los peligros que ello conlleva. Se podría decir que no sirve para esa tarea, aunque paradójicamente eso le convierte en una persona honrada al labrarse su propia vida cocinando.

Furio Giunta (Federico Castelluccio) es un soldado de la Camorra que se traen consigo Tony, Christopher y compañía a los Estados Unidos tras su visita a Nápoles. Su actitud fluctúa entre la ternura y la dureza según lo que sea necesario en cada momento. Su carácter enamoradizo, frágil y romántico hace que pronto se gane la amistad del televidente. Su deseo por Carmela pondrá su vida en peligro, acabando con cualquier posibilidad de que ambos consumen su relación. Amar a la mujer de un Don le lleva al exilio a Italia, donde tampoco estará del todo seguro. Su sinceridad y proximidad, su incapacidad para herir a quienes más aprecia, y su afán por conservar su virtud, lo convierten en alguien mucho más deseable que Tony, especialmente en su relación para con Carmela.

Richie Aprile (David Proval) es un álter ego de Al Pacino y lo que éste representa en el cine sobre la mafia. Es un personaje brutal, vengativo, directo, incapaz de empalizar. En definitiva, un sádico que quiere recuperar rápidamente su posición al abandonar la cárcel. Esta forma de ser le asegurará encontronazos con quienes ahora ocupan su puesto. Los apenas trece episodios en que aparece dan para mucho, aunque su muerte se produce de forma temprana, no fruto de un ajuste de cuentas, sino como resultado de su tormentosa relación con Jannice Soprano.

Hesh Rabkin (Jerry Adler) es un judío que tiene vínculos con la Familia y que ha hecho su fortuna en el mundo de la música en los años 50 y 60. El personaje se dice es una mezcla de dos personas reales que en ese mismo periodo realizaban las mismas labores en New Jersey. Su talante conciliador y justo lo convierten en una suerte de juez o mediador.

De entre la familia Lupertazzi de Brooklyn destacan dos personajes por encima del resto: Johnny “Sack” (Vincent Curatola) y Phil Leotardo (Frank Vincent). El primero resulta muy próximo al espectador antes de acceder a la cúspide del poder, por su carácter afable y sus deseos de establecer lazos en Jersey. Cuando alcanza el cargo principal su personalidad comienza a cambiar, se vuelve más oscuro y su mirada siempre transmite desconfianza y amargura. En ningún momento conseguirá ser el de antes, pues la importancia del puesto le viene grande y le transforma hasta el punto de matarle por dentro simbólicamente. El cáncer que le carcome y le lleva a la tumba no es más que una metáfora de la dificultad de una posición semejante, en la que debe determinar los destinos de muchas vidas.

Phil Leotardo es un hombre más duro e irreflexivo. Los últimos veinte años los ha pasado en la cárcel, por lo que su sentido conciliador se perdió entre los barrotes de la prisión. Evidentemente constituye un peligro para la familia de New Jersey, tanto por los problemas internos en Brooklyn, como por su forma de ser. Su deseo de llegar al poder a toda costa le hace un flaco favor a lo que podría haber sido un dulce retiro después de media vida a la sombra. Su final es lógico si se tienen en cuenta todas las circunstancias que le rodeaban.

La serie también cuenta con otros importantes nombres de Hollywood entre sus secundarios, algunos con personajes de peso, otros con apariciones puntuales. Entre los primeros se encuentran Steve Buscemi (Tony Blundetto) y Joe Pantoliano (Ralph Cifaretto). Buscemi no sólo se conforma con actuar, sino que incluso dirige cuatro capítulos, entre ellos el aclamado Pine Barrens. Tony Blundetto busca la redención al salir de la cárcel. En ella ha estudiado fisioterapia y está a un paso de lograr su sueño de abrir un negocio propio. Al igual que Al Pacino en Atrapado por su pasado, la vida no le acaba dando una segunda oportunidad, pero no por culpa del destino, sino por sus propios errores, ya que se deja arrastrar por cuanto le rodea. Tony B. logra lo más complicado, mostrar su intención a la mafia de ganarse la vida dignamente y posteriormente fracasa en lo más simple, en la materialización de sus planes. Su eliminación trata de evitar mayores problemas con Nueva York.

Ralph Cifaretto no sufre mejor suerte y a él están vinculadas algunas de las peores muertes de la serie, tanto las que lleva a cabo, como la que padece. Ralph es un auténtico psicópata, un perturbado que igualmente podría haberse convertido en serial killer en otro estado de la unión. Aporta la misma personalidad fría e incapaz de sentir compasión que los asesinos en serie y su locura no encaja en una organización con una estructura jerárquica definida y ordenada.

Otro rostro de Hollywood es el director Peter Bogdanovich, psiquiatra que lleva a cabo la terapia a su vez de la doctora Melfi. Aparece en quince capítulos y resulta clave en el punto y final de la relación médico-paciente entre Tony y Jennifer Melfi. También aparecen los nominados a un Oscar David Strathairn y Annette Bening, así como el ganador de la estatuilla por Gandhi, Sir Ben Kingsley, quien realiza una parodia de sí mismo al igual que Bening. Kingsley imprime un tono suspicaz a su propia persona y lo barniza con un toque desagradable de sofisticación y esnobismo. Incluso la mítica Lauren Bacall hace acto de presencia en el mismo capítulo interpretándose a sí misma y sufriendo un violento robo. Estas apariciones de figuras tan importantes del séptimo arte dan una dimensión del cariz de obra maestra del que goza Los Soprano, especialmente al otro lado del Atlántico.

Son innumerables los momentos extraordinarios que nos regala la serie, por lo que enumerarlos todos sería una tarea titánica por mi parte y poco entretenida para el lector. Sí destacaré en cambio algunos de los episodios más memorables. En las anteriores hojas he mencionado el capítulo Distorsiones, el cual da fin a la segunda temporada. Se trata de un viaje surrealista en el que dan muerte a Big Pussy y donde incluso los peces hablan, todo como consecuencia de una comida en mal estado que ha ingerido Tony.

Vuelvo a recordar en este punto las dos grandes discusiones de la serie, la del matrimonio Soprano en el episodio final de la cuarta temporada y la producida entre Christopher y Adriana en el penúltimo de la quinta. A este grupo de excepcionales momentos se debe unir Pine Barrens, dirigido por Buscemi, donde Christopher y Paulie pierden a un ruso al que intentaban ejecutar en esta zona boscosa del sur de Nueva Jersey. En su búsqueda terminan por perderse ellos mismos y comienzan a deambular durante horas por la nieve en medio de un frío helador. La falta de cobijo, de alimentos y de agua, da lugar a una serie de situaciones hilarantes que aunque no aportan nada desde el punto de vista de la trama a la serie, sí se logra profundizar en las personalidades de ambos personajes al ver cómo se comportan en una situación límite.

Por mencionar algunos ejemplos más, es simplemente extraordinario el episodio Kennedy y Heidi, el sexto del segundo bloque de la sexta temporada. En él, un terrible accidente de coche nos revela la verdadera condición de Tony Soprano, quien llega hasta límites que ningún espectador hubiera sospechado. El posterior viaje contemplativo y psicotrópico a Las Vegas termina por confirmar al episodio como una auténtica genialidad, que descolocará a propios y extraños. Un ejemplo de un uso del montaje magistral es el asesinato de Bobby Bacala en La Cometa Azul en la penúltima hora de la serie. Otro gran momento se produce en el noveno episodio del primer bloque de la sexta temporada, titulado La Atracción, cuando Christopher se reencuentra con las drogas y deambula toda la noche junto a un perro abandonado, terminando su recorrido en la feria de la fiesta de San Elzear. Existen otros centenares de instantes de excepción y numerosos grandes episodios, pero estos breves apuntes son bastante ilustrativos.

Desgraciadamente y como toda obra, más aún si ésta cuenta con 86 horas de duración, la serie no está exenta de defectos o de momentos menos logrados. En mi opinión, no termina de funcionar la vinculación de Christopher con el mundo del cine. No se consigue al principio de la serie y mucho menos al final. Esos capítulos quedan un tanto deslucidos, dando una sensación de relleno indeseado que no aportan absolutamente nada. Algo similar ocurre en la primera temporada en un episodio vinculado a la industria musical. En ciertos puntos del conjunto de la serie se produce un leve bajón en uno o dos capítulos. Cuando uno comienza a pensar que quizás el argumento ha podido perder fuelle, se suceden uno o varios capítulos antológicos y cualquier sospecha de muerte clínica es desterrada, volviendo a colocar a Los Soprano en el Olimpo televisivo.

Al igual que sucede con la homosexualidad de Vito Spatafore, existe un gran núcleo de seguidores al que no les agrada la excesiva atención depositada sobre el hogar de Los Soprano, en especial sobre las vidas de los hijos. Estos aducen que desvía la narración de la mecánica delictiva de la familia Dimeo, emparentándola con otras series más convencionales de la televisión. Si bien es cierto que existen numerosísimas series que tratan de crear personajes para cada franja de edad con el fin de buscar la audiencia dentro de ese colectivo y lograr un share global alto, en el caso de Los Soprano el objetivo no es el mismo. Hay que recordar que se emitía en el canal HBO de cable, el cual es de pago y no hace pausas publicitarias durante la emisión de los capítulos, por lo que no depende tanto de las empresas anunciantes y sí de las cuotas de los 38 millones de suscriptores. La serie no busca por tanto crear personajes para atraer a todas las audiencias, sino ofrecer una dimensión nueva del mundo de la mafia, más social, más próxima y actual, y sobre todo los entresijos de la familia del Don, con la mujer e hijos obviamente incluidos.

Otro aspecto que ha levantado ampollas es su final. No entraré aquí a arrojar mi opinión acerca de cuál es la conclusión más probable según mi valoración subjetiva. Y es que Los Soprano ha sido una serie grande hasta para poner el punto y final. Lejos del cierre catártico y épico que la mayoría de espectadores esperaba, éste llega por sorpresa, sin los elementos habituales en cualquier obra cinematográfica y sin explicación clara. La reacción lógica es de perplejidad e incredulidad. Analizándolo detenidamente a posteriori puedo afirmar que se trata del mejor final posible y que es resultado de la mente de un genio, ya que una secuencia a priori simple está plagada de simbolismo y detalles de la serie, que hacen necesarios varios visionados. Los últimos minutos están planificados al milímetro, con cada objeto en la decoración elegido a propósito, cada plano encuadrado como el bisturí de un cirujano a punto de operar, cada palabra medida y todo el conjunto coordinado para que tenga sentido con la canción que está sonando, aunando montaje y letra musical. Las interpretaciones por nuestra parte son infinitas, desde las más sencillas hasta algunas totalmente majaretas, pero igualmente válidas, pues lo que se ha buscado es de nuevo la interacción del público, no la pasividad, y que cada uno aporte su grano de arena a construir el final que desee.

Esta conclusión puede provocar en las personas más radicales e inflexibles un sentimiento de impotencia al no explicarse con claridad el cierre después de 86 horas de emisión. Hay que dar la enhorabuena de nuevo a David Chase por el atrevimiento de poner fin a su obra de esta manera. Una conclusión que subraya el carácter novedoso y extraordinario de todo el conjunto y que corrobora el lema de la “televisión redefinida”. ¿Cuántas grandes obras dejan abierto su final a tantas interpretaciones? Pocas, muy pocas.

Recientemente el programa de Televisión Española “Días de Cine” afirmaba que no sólo Los Soprano era probablemente la mejor serie de la historia de la televisión, sino que con toda seguridad era una de las mejores diez películas de la historia del cine. Semejante afirmación no es gratuita y mucho menos de paladares tan exigentes y cinéfilos como los de ese programa. Yo me uno al grupo de los que opinan esto último. Es por ello, que todo aquel que no haya tenido la oportunidad de visionar la serie al completo lo haga ahora que está disponible en el mercado y en televisión. Eso sí, para disfrutar de la mejor experiencia posible es totalmente recomendable recurrir al DVD original, tanto por la calidad de imagen y sonido, como por la posibilidad de programar los episodios a gusto del espectador.

 
Me siento culpable de varios puntos en relación con esta serie. En primer lugar, de no haber sabido ver con 20 años la magnitud de la obra que tenía ante mis ojos tras visionar un capítulo en Canal +. En segundo lugar, porque cuando pasé en tren dos veces por New Jersey, y más concretamente por Newark en 2006, no logré apenas mantener los ojos abiertos frente al paisaje que se mostraba a mi alrededor, debido al cansancio propio de un viaje intercontinental. Me arrepiento de no haber abierto los ojos como platos, pegado mi rostro a la ventanilla del tren y haber tratado de adivinar con la mirada las fábricas que aparecen en la introducción de la serie, las carreteras por las que conducen los personajes, los puentes bajo los que eliminan a sus enemigos y quién sabe si a alguno de los miembros de la Familia entre los viandantes o entre los pasajeros expectantes de una estación. Quiero creer y creo que Tony, Chris, Paulie, Silvio y los demás aún están en las calles de Jersey haciendo de las suyas, tomando el sol frente a Satriale’s o bebiendo algo en el Bada Bing. Los personajes de Los Soprano son ya para mí personas de carne y hueso, y una vez que eso se queda en la memoria de una persona ya no hay vuelta atrás. Seguramente en un futuro trate de seguir sus pasos en alguna otra aventura por Jersey.