Los Soprano

Creador: David Chase
Intérpretes: James Gandolfini,
Edie Falco, Jamie-Lynn Sigler, Robert Iler, Michael Imperioli, Lorraine Bracco,
Tony Sirico, Steve Van Zandt, Dominic Chianese, Aida Turturro, Drea de Matteo,
Steve Schirripa, Dan Grimaldi, Joseph R. Gannascoli, John Ventimiglia, Sharon
Angela, Vincent Pastore, Frank Vincent, Arthur J. Nascarella, Max Casella,
Nancy Marchand, Jerry Adler, Joe Pantoliano, Steve Buscemi, Vincent Curatola,
Peter Bogdanovich.
Número de episodios: 86,
divididos en 6 temporadas. La última de ellas, a su vez, partida en dos
mitades.
Fechas de Emisión en Estados
Unidos: Entre el 10 de Enero de 1999 y el 10 de Junio de 2007.
Premios: 5 Globos de oro y 21
Emmy, entre otros muchos.
por Asier Sisniega Santos
El pasado 31 de Marzo me
dispuse delante del televisor para dar una oportunidad a esta serie, no seguida
masivamente en España por diversos motivos que indicaré a continuación. El
hecho de que recuerde la fecha concreta es sinónimo de que se produjo una
conexión especial entre la serie y mi persona, que sacó a ese último día de mes
del anonimato en que caen normalmente el resto de jornadas del año. No pude
reprimirme y paladeé cuatro episodios de una sola sentada. Al día siguiente,
repetí la operación. Era el comienzo de una enfermedad, de una adicción, que no
tardaría en propagarse por la casa a golpe de episodio y temporada. El que esto
suscribe es poco dado a adicciones, así que esta repentina debilidad sólo se
explica por la inusitada calidad de la serie, una extraordinaria película de 86
horas que debería ser de obligada visión en colegios y hogares, una reflexión
sobre prácticamente todos los terrenos del alma y del ser humano. La televisión
elevada al Olimpo. La televisión redefinida.
Al comienzo de su andadura Los
Soprano fue considerada por el New York Times como “la mejor obra de la cultura
americana de los últimos 25 años”. Esta afirmación obviamente es subjetiva, y
depende por tanto del punto de vista de quien la proclama, pero nos da una pista
para saber qué podemos esperar de sus seis temporadas. Asegurar que es la mejor
obra del último cuarto de siglo en aquel país supondría que previamente no sólo
hemos evaluado la larga miríada de series de ese periodo, sino el resto de
producciones de todas las artes, una tarea imposible para cualquier humano. Otras
voces aseguran que la producción televisiva se convirtió en producción
cinematográfica por primera vez con Los Soprano, lo cual no es enteramente cierto,
pues series previas como Twin Peaks o Expediente X ya habían ofrecido una
puesta en escena cinematográfica ciertamente lograda. De todos modos, lo que sí
logró la serie es marcar un hito en la televisión de pago por cable y conseguir
unos niveles de profundidad en los personajes y en el argumento como nunca antes
se habían visto, gracias en parte a la ausencia de pausas publicitarias, que
ofrecían una nueva narración no estructurada conforme a las interrupciones
comerciales.
Allá por el año 2000, con
apenas veinte años de edad, vi un capítulo suelto de la serie en Canal +. No
entendí prácticamente nada de la trama y por tanto, no me logró atrapar. De
aquí se pueden obtener varias lecturas. En primer lugar, es una serie cuyo
argumento se desarrolla desde el minuto uno de la primera temporada, y si el
espectador se pierde algún capítulo deja de entender el desarrollo, no logra
aproximarse a los personajes y el efecto buscado en el televidente pierde toda
su fuerza. En segundo lugar, es necesario tener cierta edad, un bagaje de
experiencias vitales y un mínimo grado de cultura para poder acercarse a las
reflexiones que ofrece, poder leer entre líneas y sacar todo el jugo al tesoro
que hay escondido en sus guiones. Mi exposición a Los Soprano ocho años después
fue completamente distinta, desde una cierta madurez que aporta la propia vida.
No es pues una serie que un adolescente medio pueda digerir con facilidad, no
por falta de intelecto, sino porque su educación televisiva en estos últimos
años ha sido nefasta. En último lugar, para poder visionarla era necesario recurrir
a los servicios de la televisión de pago en España, lo que conllevó la caída en
picado de gran parte de los potenciales televidentes.
Los Soprano se ha enfrentado a
constantes obstáculos en nuestra geografía, y no necesariamente siempre
vinculados a las parrillas televisivas. Como mencionaba hace unas líneas, tan
sólo un 5% de los españoles tenían acceso a comienzos del nuevo siglo a Canal
+, lo cual ha limitado su éxito en nuestra tierras, convirtiendo la serie en un
producto de culto para las clases pudientes, en una delicatessen sólo al
alcance de bolsillos profundos. La llegada del DVD ha transformado el panorama
audiovisual y el modo en que se consumen las series en los hogares. El canal
tirano que somete a las audiencias a sus deseos ha perdido gran parte de su
poder, en favor de una programación abierta, decidiendo el ciudadano el momento
adecuado para cada filme o serie, transformándose en su propio programador
televisivo. Sin embargo, el DVD tampoco ha salvado todos los escollos, dado el
elevado precio de cada temporada que iba apareciendo en el mercado.
La creación de La Sexta ofreció la primera
posibilidad de poder seguir la serie en abierto de forma gratuita, pero el
canal, en una actitud reprobable, la relegó a altas horas de la madrugada,
reservándola sólo a aquellos avezados televidentes, versados en el arte de la
grabación en vídeo o disco duro, debiendo lidiar con los continuos cambios de
horario que siempre ponen en riesgo el final feliz de nuestra grabación. La
posibilidad de perderse episodios era muy alta, bien por esos cambios sin
previo aviso, bien por las agendas apretadas de la sociedad del siglo XXI. La
conclusión es clara, en España es muy difícil disfrutar al 100% de Los Soprano
sin pasar por caja. Recurrir a los conocidos programas “peer to peer” es una
posibilidad, pero la calidad de imagen que ofrecen sus mejores compresiones
está muy lejos del DVD, más aún si se dispone de una pantalla de grandes
dimensiones. La serie bien merece un esfuerzo económico y brillará con luz propia
en la videoteca de cualquier buen aficionado al cine. Actualmente se puede
encontrar el pack completo por poco más de 140 euros, que incluye siete
espectaculares digipacks, totalizando un total de 32 discos.
Con todo, es bastante
improbable que la serie se hubiera convertido en un fenómeno de masas en este
país, pues nos encontramos con un espectador medio poco educado en términos
televisivos, cinematográficos y en muchos casos, con una cultura muy limitada. Mucha
gente manifiesta sin rubor que desea llegar a casa tras la maratoniana jornada
de trabajo y ver un capítulo de alguna serie que se ofrezca masticado, sin
cabos sueltos, autoconcluyente. No es necesario seguir una trama durante
semanas, meses, o incluso cerca de una década como es el caso que nos ocupa. De
ahí el éxito de series como CSI o House. Un producto visualmente atractivo, con
guiones y puesta en escena sofisticados, pero que no despiertan la mente del
espectador. Con Los Soprano la situación es inversa, ya que es fácil
encontrarse en medio de la madrugada reflexionando sobre el último capítulo visionado,
midiendo las palabras de alguna frase y estableciendo paralelismos con nuestra
propia vida. Meses después de finalizar el último capítulo, Made in America, no
pasa el día en que no recuerde alguna escena, algún ejemplo que se pueda
aplicar a la vida o que despierte sentimientos similares a los experimentados
por los personajes. Y esto engrandece esta serie, el hecho de ser recordada
continuamente, de no tratarse de una digestión fácil del Hollywood de los
últimos tiempos.
El espectador español medio se
ha “formado” en el último decenio con Grandes Hermanos, triunfitos, autobuses,
islas y toda suerte de norias, salsas y verduras. Así, es muy difícil que cale
algo tan profundo como The Sopranos, siendo a la par francamente atractivo en
todos sus aspectos. La cultura del esfuerzo ha desaparecido, pero lo ha hecho
incluso en el terreno televisivo. Se pide fast food catódica, “algo de comedia
que me haga reír, que bastantes problemas tengo ya”. Lo que no conciben es que
realizar un esfuerzo intelectual ante la pantalla ofrece muchas más
recompensas. Te ayuda a empatizar con otros seres humanos ficticios, llegas a
vivir sus vidas e incluso muchas veces te sirven de terapia, reconducen tu alma
y te ofrecen incluso respuestas a algunos problemas diarios. Al final, la
vinculación que se establece es tan poderosa, que nos falta tiempo para
agradecer el día en que decidimos dedicar nuestro valioso tiempo a este
producto de la HBO. Me
atrevería a aventurar que una familia que vea esta obra puede llegar a mejorar
en su relación, a conocerse más entre ellos, en especial al comentar los
aspectos más trascendentales de cada episodio.
Es fácil encontrarse también
con gente que argumenta que el tema de la mafia está muy manido, sin ánimo por
su parte de profundizar en el resto del relato. El creador, David Chase, pensó
inicialmente en realizar una serie protagonizada por un guionista que acude a
terapia psiquiátrica. El tema le pareció acertadamente poco comercial, por lo
que decidió que un líder mafioso ofrecería mucho más juego. Lejos de ceñirse al
complejo mundo criminal, nos brindó un punto de vista muy alejado del
romanticismo de la trilogía de El Padrino y fue más allá, introduciéndonos en
la vida familiar de este jefe de la mafia de New Jersey. Tony Soprano (James Gandolfini)
es un hombre de mediana edad, asolado por las mil y una interrogantes que nos
arroja la vida, padre de dos hijos adolescentes e infiel a su esposa Carmela
(Edie Falco). Los problemas derivados de llevar las riendas del principal grupo
criminal del estado no son a veces comparables con los provocados por una madre
posesiva, manipuladora y definitivamente malvada, Livia (Nancy Marchand).
¿Por qué la mafia? Porque es
un mundo sugestivo, que atrae a casi todo el mundo por igual, pese a su lado
pecaminoso, salvaje e inmoral. Vivir en una sociedad de acuerdo a la ley
implica en ocasiones limitarse en los deseos, anhelos e instintos de las
personas. Se podría decir que es como tratar de poner vallas al campo o intentar
atrapar a la persona dentro de una alambrada de lo moralmente aceptable.
Ciertas personas viven respetando la ley y no tienen problemas con ella en toda
su vida. Otras, en cambio, ceden a las tentaciones, roban vehículos de lujo,
aceptan sobornos o trafican con inmigrantes. La ley es necesaria para poder
convivir en sociedad, pero siempre habrá gente a la que no se pueda refrenar,
ni mediante penas de prisión, ni mediante condenas a muerte.
Conocer la vida de un jefe mafioso
al detalle hace despertar en nosotros fantasías, acerca de cómo serían nuestros
días en caso de delinquir, vernos rodeados de mujeres jóvenes y hermosas atraídas
por nuestro dinero y poder, dominar al resto haciendo uso del miedo y la
coacción o habitar en una inmensa mansión con una gran piscina fruto de
nuestros negocios relacionados con el “transporte de desechos”. La mayor parte de las personas hemos tenido
estos pensamientos a lo largo de nuestras vidas, romper con las convenciones
sociales, llevar un comportamiento amoral impropio de la persona que hemos
labrado frente a los demás durante décadas y dejar campar a sus anchas los más
bajos instintos que nos emparientan directamente con los otros mamíferos. Son
sólo pensamientos impíos, pero a la par inocentes, que en muy pocos casos
llegan a materializarse, con consecuencias nefastas generalmente cuando se
llevan a cabo.
Tony Soprano es ese yo oculto
que todos tenemos, esa bestia salvaje en nuestro interior domesticada, pero que
Tony saca a pasear continuamente sin reprimirse. De ahí surge la empatía, y
hasta una cierta envidia. En el fondo, todos podríamos ser Tony Soprano,
simplemente no podemos o no queremos dar el paso. De todos modos, conviene
recordar que un mundo plagado de personas como el protagonista de esta obra
sería inhabitable, donde el egoísmo más radical floreciera por doquier. Los
mafiosos ningunean las leyes con el único propósito de lograr dinero fácil, a
costa de amenazar, atacar e incluso matar a quien se ponga en su camino. La
actriz Kathrine Narducci, que interpreta en la serie a Charmaine Bucco,
afirmaba en una reciente entrevista que los verdaderos italoamericanos no son
aquellos que forman parte de la mafia, sino esa gran mayoría que se levanta
temprano cada mañana para ir a trabajar.
Uno de los grandes aciertos de
David Chase es desmitificar la mafia que él conoció cuando era un muchacho en
la propia New Jersey (su nombre real de nacimiento es David DeCesare). Como
señala Patsy Parisi, interpretado por Dan Grimaldi, amenazando a Gloria Trillo,
amante de Tony, “no se acerque a él o a su familia. De lo contrario, lo último
que verá será mi cara, y no será cinematográfico”. Con estas palabras no
literales expresa que las acciones de la mafia se han mitificado desde los medios,
hasta el punto de olvidar su lado más canalla y brutal. David Chase y su equipo
eliminan el glamour cinematográfico y colocan a estas personas al nivel que
merecen, mostrados como delincuentes bien organizados jerárquicamente, pero
delincuentes al fin y al cabo.
Los mafiosos de Los Soprano
son personas de bajo nivel intelectual, que visten ropas de dudoso gusto y que
caminan por la vida pensando que lo que hacen es justo y lógico, han
interiorizado su oficio y su ruindad de tal forma, que no entienden cuando
alguien se opone a su modo de actuar. En este sentido, baste mencionar como
ejemplo un episodio en que un hombre que se dedica a cortar el césped del
barrio acude a hablar con Tony. Durante los últimos años ha estado cortando la
hierba en el jardín de Johnny “Sack” completamente gratis, por lo que pide
poder dejar de hacerlo. El rostro de Tony muestra a la perfección el asombro
por tal insolencia. No concibe que ese hombre digno tenga derecho siquiera a hablarle,
y mucho menos cuestionar si puede elegir entre realizar su trabajo o no
hacerlo. El líder mafioso de facto establece una sociedad dividida en estratos,
en clases, pero no de grupos económicos, sino una división establecida en
función de quién pertenece a esos negocios turbios y quién no. En esta serie,
una escena aparentemente sin importancia como ésta contiene muchas de las
claves de estas sociedades delictivas, de la ambición desmedida y de la
búsqueda de poder a cualquier precio.
El argumento de Los Soprano se
desarrolla de forma magistral a lo largo de seis temporadas, pero de una forma
muy diferente a lo que estamos acostumbrados. Los clímax no están condicionados
por las pausas publicitarias, por lo que pueden llegar en cualquier momento. Así,
el efecto sorpresa en el espectador es mucho mayor. El uso de la violencia
también es determinante. Ésta llega de improviso, como si de un accidente se
tratase. Cruda, directa y fríamente se muestra cómo estas alimañas recurren a
la agresividad desmedida cuando uno menos se lo espera. Estas escenas de acción
no sólo están fenomenalmente bien rodadas, sino que consiguen calar en el
espectador como si el cruento acto estuviera teniendo lugar en su propio salón.
Chase permite que nos identifiquemos con los mafiosos, que se ganen nuestra
simpatía, pero de un zarpazo nos devuelve a la realidad, asistiendo a cómo
realizan un horrible asesinato o a cómo propinan una paliza a una persona,
postrándola en una silla de ruedas. De la simpatía pasamos a la repulsión. Nos
hace quererlos, para luego odiarlos. Nos trata de decir que no nos fiemos de
las apariencias, que no nos dejemos engañar atrapados por su encanto y carisma.
En determinados puntos de la
serie no se duda en mostrar con todo lujo de detalles miembros amputados,
alguna cabeza o terribles asesinatos como el de la amante de Ralphie Cifaretto
(Joe Pantoliano). Éste ha recibido la noticia de que una joven bailarina de
striptease del Bada Bing (local de topless que utiliza la Familia para llevar el
negocio) espera un hijo de él. En un momento dado, Ralph la conduce fuera del
local y le da una tremenda paliza, partiendo con contundencia su cráneo contra
una valla de metal. La crudeza es tal, que miles de personas se dieron de baja
del canal HBO al día siguiente de su pase por televisión. Encontramos evidentes
paralelismos de esta violencia en la magnífica Uno de los Nuestros y por
extensión en gran parte del cine de Martin Scorsese, una de las principales
influencias de Chase a la hora de crear Los Soprano. Como anécdota, hasta 27
actores de la serie aparecen en la película del director neoyorkino.

Narrativamente, aporta
numerosas novedades en el mundo de la televisión, y no únicamente por la
verosimilitud de la violencia. Los hechos principales no son necesariamente
explicados en detalle en ocasiones, tampoco algunas tramas secundarias, muchos
hilos deliberadamente no se atan y los nuevos personajes no son presentados. Esto
es otro gran logro de una industria televisiva acostumbrada a los finales
felices y a indicar continuamente al espectador dónde se encuentra, haciendo
uso incluso de avances previos que repasan las semanas anteriores. En Los
Soprano, a veces no se entiende un negocio sucio que están llevando a cabo,
bien por la complejidad del mismo como por la falta de información. No importa,
¿acaso entendemos cada uno de los aspectos de nuestra vida y de cuanto nos
rodea? Eso es lo que nos quiere transmitir Chase. No es necesario que yo le
explique todo para que usted saque sus propias conclusiones e hilvane la
historia.
Cuando aparece un nuevo
personaje, puede que pasen varios capítulos sin que se nos diga de quién se
trata, su nombre, procedencia o actividad, y a veces ni siquiera se llega a aportar
ningún dato. Es el espectador quien debe recoger pequeñas pistas e información,
para encajar las piezas, algo más propio del cine europeo que del americano. Esto
puede crear gran confusión en algunos espectadores, dado el amplio reparto y
sobre todo por los más de ocho años transcurridos entre el comienzo y el final
de la serie. Todo ello obliga a un segundo visionado, tratando de concentrar
todos los episodios de la serie en el menor tiempo posible para poder seguir la
trama en buenas condiciones.
Un sistema muy práctico
empleado para incorporar nuevos actores es el de presentarlos cuando salen de
prisión. Dado que muchos de los mafiosos cumplen largas condenas es un método
eficaz y natural de incorporar nuevos rostros. Puede parecer un recurso poco
elaborado, pero es perfectamente válido, pues está perfectamente corroborado
por la vida real. Los cientos de personajes llegan a conformar una red tan
enmarañada que es recomendable acudir a algunas webs para informarse de quién
es cada personaje, pues algunos se mencionan y no aparecen hasta temporadas posteriores
o simplemente ocupan importantes cargos sin que se llegue a ver su rostro. Los
miembros de la Familia
nos son ofrecidos como si nosotros también fuéramos socios del grupo y no
necesitaran presentación, como si nos hubiéramos colado en su despacho en medio
de su conversación, sin posibilidad de interrumpir a quien habla.
Otra cuestión que se aborda
con total naturalidad es el sexo. En casi todos los episodios se muestran
chicas en topless u hombres en calzoncillos, aunque nunca se llegan a mostrar
desnudos integrales. Esa espontaneidad para tratar la sexualidad nos hace
olvidar de nuevo el carácter televisivo de la obra y evoca el cine de los 70,
donde los desnudos se comenzaron a mostrar en el cine americano de forma mucho
más común y sin artificios.
El mundo de los sueños es otro
de los elementos clave de la narración, con momentos ciertamente sutiles y aproximaciones
al surrealismo. Esos períodos de somnolencia varían en su duración. Algunos se
prolongan sólo varios minutos y otros alcanzan incluso un par de episodios de
duración. El resultado logrado es de una gran irrealidad, algo parecido a lo
que se experimenta durante un sueño de verdad. Sabes que lo que está ocurriendo
no es habitual, pero tampoco te atreves a afirmar con rotundidad que todo se
trata de un sueño. Los Soprano es una serie plagada de simbolismo, que muchas
veces prefiere sugerir antes que mostrar, lo que vuelve a emparentar a la obra
de HBO con el cine europeo. En los sueños ese simbolismo se multiplica, dando
lugar a situaciones a veces hilarantes y en otras ocasiones a momentos
realmente profundos y reflexivos, como cuando Tony se ve sumido en un coma,
durante el cual vivirá en una especie de limbo donde se analiza la muerte, la
vida, la existencia del más allá y la sensación de vernos perdidos en tierra de
nadie ante tales disyuntivas. Sin embargo, en ningún caso se ofrecen estas
lecturas de modo descarado, sino siempre soterrado, con menciones indirectas,
que de nuevo requieren la atención del televidente.
En los sueños el protagonista
confesará sus crímenes, se arrepentirá de haber dado muerte a algunos de sus
amigos y será cuestionado por la sociedad que le rodea, dada su actividad
delictiva. Especialmente brillantes en este sentido son los episodios
Distorsiones, Únete al Grupo y Mayham. El primero, que da fin a la segunda
temporada, es un excepcional capítulo en el que Tony tras ingerir comida en mal
estado en un restaurante hindú comienza a tener sueños, plagados de
incoherencias, elementos extraños y grandes dosis de humor, donde se repasa
parte de su pasado, desde los recuerdos de los tiempos de su padre hasta las
sospechas que en él despiertan algunos de sus asociados. La culpa hace acto de
presencia, y se mostrará de forma recurrente e inevitable durante el resto de
la serie.

En los otros dos capítulos,
pertenecientes a la primera parte de la sexta temporada, Tony cae en un coma
tras ser disparado por un demente tío Junior. Pronto se verá a sí mismo como un
común y corriente hombre de negocios que se ve atrapado en una feria lejos de
su ciudad y de su familia. Su identidad es suplantada y ni siquiera logra
recordar quién es él mismo. Es sencillo reconocer en este sueño importantes
reflexiones relativas a la necesidad de saber cuál es nuestro lugar en el mundo
y en la vida, es decir, la búsqueda de la identidad, y el riesgo de poder
perderla en cualquier momento y vernos desnudos, alienados por empresas,
gobiernos o dictaduras. Pero también se adentra en el análisis de lo que separa
la vida de la muerte, de cuándo está escrito que llegue nuestro momento y de los
procesos mentales previos a la llegada de ese inevitable instante.
Otra pieza fundamental es la
terapia que sigue Tony con la psiquiatra Jennifer Melfi, interpretada por
Lorraine Bracco. También otros personajes recurren a este tratamiento, de hecho
toda la familia Soprano lo termina haciendo en un momento u otro, pero el peso
específico en la serie es mucho menor que la relación que se establece entre
Tony y la doctora Melfi. No sólo se psicoanaliza al personaje mediante los
sueños, sino que la terapia psiquiátrica aporta una profundidad aún mucho mayor
al personaje principal, conociendo la influencia de su madre en sus
pensamientos, una auténtica arpía que condicionará la vida de todos sus
descendientes. Tampoco el padre era digno de ejemplo, pues formaba parte de la misma
familia mafiosa Dimeo.

Pero los problemas no
finalizan con los padres, sino que los enfrentamientos y diferencias con su
mujer se multiplican, sin olvidar que sus hijos atraviesan una adolescencia
especialmente conflictiva. Desde su cargo de Don de la Familia, debe estar
siempre ojo avizor para que ninguno de sus socios le traicione y le apuñale por
la espalda. No confía pues en nadie. Ser un jefe mafioso implica saberse en
peligro las 24 horas del día los 365 días del año, con el precedente de que los
que ocupan ese cargo normalmente terminan sus días entre rejas o asesinados. Esto
despierta en él sentimientos de miedo y de culpa, la necesidad de buscar
responsables para actos de los que él es el único culpable, una pesada carga con
la que no siempre puede lidiar y que le conduce a sufrir ataques de pánico, un
problema que transmitirá igualmente a su hijo, pero que nada tiene que ver con
la enfermedad, sino con la responsabilidad de ser un Soprano. Tony busca
respuestas, tratamientos rápidos que le alivien de saberse hijo de una madre
posesiva y responsable del sufrimiento de muchas otras personas. En ese
sentido, es la viva reencarnación de su propia madre. Sin embargo, no existe
tratamiento para su aflicción, es él quien ha decidido padecerla desde el
momento en que hizo el juramento para acceder a la familia Dimeo y desde el
instante en que aceptó quebrar la vida de otros para crear un reino perecedero alrededor
de sí mismo.
Otro elemento clave en el
conjunto de la serie es la omnipresencia de la comida. Cualquier momento es
bueno para darse un atracón o picar entre horas. Todos se reúnen en torno a una
mesa tanto para encuentros familiares como para tratar negocios oscuros, y el
espectador irremisiblemente se siente atraído por tanto yantar, hasta el punto
de que verles comer despierta el hambre en los propios televidentes. ¿Quién no
se ha sentido tentado por un plato de pasta mientras veía algún capítulo?
Incluso yo mismo, al día siguiente de visionar el último episodio, terminé en
Italia de forma más o menos deliberada en busca de esos mismos manjares que
degustaban los protagonistas. Especial recuerdo guardo de un magnífico plato de
gnocchis junto a la Via Nazionale
de Roma. ¿Estaría Artie Bucco tras los fogones?

Para dar vida a tan compleja trama y poner voz a los inteligentes
diálogos, se necesitaba un reparto de excepción, que no hiciera que el trabajo
previo se rompiera en añicos. Los Soprano cuenta con un reparto extraordinario,
amplio y rico, que aporta una tremenda naturalidad a los personajes que
interpretan. Hay un gran número de protagonistas que disfrutan de un importante
peso en la obra, y cuyos rostros hemos adherido indeleblemente a nuestros
cerebros. Por ese motivo, es necesario hacer un análisis de cada uno de los
personajes principales, de sus motivaciones y de los actores que los encarnan.
Nadie pondrá en duda que la pieza clave del reparto es Tony Soprano,
interpretado por James Gandolfini. Para ello era necesario contratar a alguien
que fuera capaz de ofrecer un rango interpretativo amplio, que lo mismo
despertara dulzura que se convirtiera rápidamente en un sádico digno del Tercer
Reich. Gandolfini no sólo aporta volumen corporal al personaje, sino una
personalidad caracterizada por el egocentrismo, la vulgaridad, la incultura,
una poderosa inteligencia manipuladora, una actitud hedonista y una profunda
atracción sexual por las mujeres, sentimiento igualmente recíproco. En una de
las sesiones de terapia Tony afirma a la doctora Melfi que siempre ha sido una
buena persona. Esto debería ser considerado como el cénit de la hipocresía. Un
hombre que ha hecho todo aquello que el sentido común nos dice que no debemos
hacer asevera que es una persona bondadosa. Ha asesinado y amenazado, ha
estafado al erario público y se ha aprovechado de los más débiles y
desfavorecidos, ha engañado a su mujer en incontables ocasiones, y ha
abandonado el cuidado de sus hijos en una etapa tan importante como es la
adolescencia.
Sin embargo, para cuajar un personaje tan extraordinario y completo,
tan vivo que parece querer escapar de la pantalla, Gandolfini recurre a miles
de matices que enriquecen su interpretación. Nadie fuma los puros como él lo
hace. Ningún otro actor duerme mejor que él. ¿Alguien se puede atrever a
afirmar que cuando Tony se levanta de la cama esté actuando? ¿O cuando acude
somnoliento y con el pelo revuelto a recoger el periódico? Es capaz de expresar
con su rostro, con sus manos o con sus ojos sentimientos y diálogos que no
requieren de palabras. Esto sólo está al alcance de un monstruo interpretativo,
que es capaz de pasar de ser un grandullón romántico, travieso y juguetón a un
colérico demonio en apenas unos instantes. La mayor parte del público adora su
personaje, pese a su ruindad, y haciendo gala de la misma hipocresía que
ejercita Tony, pide posteriormente que expíe sus pecados al final de la serie,
para que ellos mismos igualmente puedan limpiar sus conciencias por haber
apoyado a ese ser en su devenir pecaminoso.
Sería injusto otorgar todos los galones a Gandolfini y no colocar a su
altura a la compañera que le proporciona el equilibrio, Carmela Soprano,
personaje al que da vida Edie Falco. Son infinidad los momentos en que Falco
demuestra su capacidad interpretativa, si bien es cierto que en algunas
temporadas el papel de ella ocupa un lugar mucho más prominente que en otras.
Consigue labrar una caracterización donde se subraya la duda, la angustia
vital, la soledad, la fortaleza, la capacidad de lucha, el espíritu conciliador
y la ambigüedad. Carmela no es menos hipócrita que su marido. Sabe a lo que
éste se dedica y las consecuencias que ello acarrea en forma de cuernos, entre
otros muchos efectos secundarios. Pese a eso, se encoleriza cuando una amante
llama al teléfono del hogar, una reacción que se podría calificar como
realizada por defecto. No es tanto que no sepa que su marido le está engañando
con otras, es la obligación cultural y social de enfrentarse a la mujer que
usurpa su puesto, pese a que ella conoce de sobra su existencia.
Pero lo que define completamente la moral del personaje es un hecho
que se produce cuando Carmela acude a un psiquiatra. Éste le espeta que debe
abandonar a su marido, despedirse del dinero fácil e ilegal que le llega en
cantidades abundantes, buscarse una nueva vida de lucha y esfuerzo, ganándose
el pan con el sudor de su frente. El psiquiatra renuncia incluso a cobrar sus
honorarios, por tratarse de dinero sucio. Lejos de seguir sus consejos, se
reúne con Tony en el dormitorio y le solicita una importante cantidad de dinero
para financiar la
Universidad de Columbia en la que estudia su hija. De esta
manera, purga su alma de cualquier halo de culpabilidad y continúa por la misma
senda, haciendo caso omiso a los sabios consejos de ese hombre.
Carmela juega a la ambigüedad, pues se muestra sorprendida y airada
cuando por televisión o en la calle asiste a acontecimientos violentos. No duda
en participar incluso en colectas benéficas. Todo esto lo realiza cuando su
hogar, esa mansión excesiva, es la catedral de la inmoralidad. Carmela se
coloca un velo frente a los ojos y se mantiene firme, pero a la vez titubeante,
sobre una cuerda de equilibrista que amenaza con romperse en cualquier
instante. Así, Tony puede morir por el cargo que ostenta y dejarla sumida en la
pobreza, obligándola a realizar esas tareas penosas que le señalaba el
psiquiatra. Es decir, no sólo Carmela decide no seguir sus consejos, sino que
trata de cubrirse las espaldas con planes de pensiones y herencias bien
arregladas, de forma que nunca tenga que pasar por el duro trance de ganarse la
vida honradamente. Todo esto puede sonar duro, pero es aquello que se encuentra
bajo esa capa de decencia y ética que muestra en cada temporada, lo que no
impide que se trate de una mujer con agallas, luchadora, y en ciertos aspectos
un ejemplo para el resto de mujeres.
En el matrimonio Soprano se producen numerosas fricciones, con
amenazas, insultos y separaciones de por medio. De entre todas ellas, destaca
el capítulo final de la cuarta temporada, Whitecaps, un auténtico recital
interpretativo donde ambos sacan a la luz sus sentimientos y repasan sin
compasión los defectos del otro. Una atribulada Carmela le confiesa sus deseos
por Furio y Tony, el único que verdaderamente ha engañado a su pareja, se
muestra mucho más colérico que su esposa. Esta explosión en el seno del matrimonio
da lugar a la separación momentánea de la quinta temporada, enriqueciendo aún
más una de por sí ya excelente construcción de personajes.
En lo referente a los hijos, estos pueden resultar antipáticos en un
momento u otro al espectador. Por norma general, un adolescente voluble,
caprichoso y egoísta resulta cuando menos desagradable. Ambos atraviesan en la
serie ese periodo tan complicado que es la adolescencia y el televidente asiste
a su verdadera evolución física a lo largo de esos ocho años y medio. La
entrada en la edad adulta de Meadow (Jamie-Lynn Sigler) es menos complicada que
la de su hermano, pese a eso asistimos a problemas en su relación con los
chicos, al despertar sexual, la independencia respecto de sus padres, el
comienzo de su vida laboral, sus pensamientos acerca del vacío existencial y la
necesidad de huir, así como unos planes de boda que posteriormente se rompen.
El trabajo de la actriz es adecuado y representa su papel con talento, aunque
no raya al nivel de sus progenitores en la ficción.
Algo parecido se podría decir de A.J. Soprano (Robert Iler), el
hermano menor, al que conocemos siendo un mocoso gordinflón, que termina la
serie convertido en todo un hombre problemático. Ambos hermanos crecen rodeados
de comodidades y abundancia, pero paradójicamente el oscuro oficio de su padre
no les ayuda en el proceso de crecimiento personal, lo cual les lleva a poner
en solfa lo que sus padres hacen. Meadow trabaja como voluntaria ayudando a los
más desfavorecidos. A.J., por su parte, lucha verbalmente contra aquello que es
injusto. Ambos tratan de esa manera de compensar los excesos de los cabezas de
familia y purificar el alma conjunta de los Soprano. Son los hijos, por tanto,
los que dan una lección a sus mayores.
A.J. crece en un entorno seguro y cómodo. Ante el menor resquicio de
problemas comienza a mostrar los mismos síntomas que su padre, ataques de
pánico y desvanecimientos repentinos. Ya de adulto el problema se agudiza hasta
provocarle un pesimismo exacerbado, un abandono vital y el cuestionamiento de
los valores comúnmente aceptados. Todo ello le lleva hasta el extremo de tratar
de suicidarse. Parece que al final termina encontrando su camino, pero no dudo
que los problemas se seguirán multiplicando en el futuro. El personaje, y por tanto
su carga interpretativa, es más importante conforme va creciendo, aunque su
actitud lo pueda convertir en ocasiones en alguien irritante.
Todo esto en lo referente a la familia Soprano, un grupo que tras 86
capítulos resulta tan cercano, que nos encontraremos continuamente expuestos en
la vida diaria a situaciones muy similares a las que afrontan sus miembros.
Ésta es otra de las grandes virtudes de la serie, el comulgar con las vidas
ajenas, no importa el país o el tiempo, pues todos en algún momento hemos
vivido en la familia Soprano.

Especialmente importante es el papel de Christopher Moltisanti (Michael
Imperioli), pues representa la savia nueva en la familia criminal, el joven
ambicioso que quiere abrirse camino para llegar a la cúspide cuanto antes y
abandonar su diminuto apartamento. Christopher estaba llamado a ser el
sustituto natural de Tony, y así se lo hace saber su mentor. Sin embargo,
graves problemas con las drogas le llegarán a convertir en poco menos que un
cadáver, un hombre que dormita en vida. Ni las clínicas de desintoxicación le
servirán para desterrar completamente estas sustancias de su vida. Christopher
es por tanto un personaje muy valioso, que aglutina en su persona a todos los
jóvenes, y que tropieza en su ascenso al caer en las redes de la tentación. No
puedo dejar pasar por alto su extremada crueldad en ciertos momentos, algo que
no es ajeno a muchos de los personajes de la serie. El intérprete que le pone
rostro, Michael Imperioli, participó incluso en Uno de los Nuestros, realizando
un papel de joven apocado con un final bastante trágico. Michael no se conformó
sólo con actuar, sino que escribió incluso el guión de cinco episodios.
Christopher busca el éxito por todos los medios, incluso adentrándose
en el mundo del cine como productor y guionista, emulando a su intérprete en la
vida real. En la sexta temporada se casa con Kelli Moltisanti, pero este
personaje no es aceptado por el público en los apenas siete capítulos en que
aparece, pues ése era el efecto buscado por los responsables de la serie. El
motivo es que nadie podría hacer olvidar a su desaparecida pareja, Adriana La Cerva (Drea de Matteo). La
relación entre ambos es incluso más problemática que la de Tony y Carmela, pero
es natural si atendemos a que son dos jóvenes ambiciosos que aún no han
encontrado su lugar. También ella cae en los mismos vicios y sufre de ese deseo
de notabilidad, si bien dentro de ella hay mucha mayor bondad que en el
interior de su novio. Se podría decir que Adriana es una buena persona, sólo
que le cuesta mucho canalizar sus sentimientos y se rodea de las personas menos
adecuadas para poder expresarlos. Cuando ve en la quinta temporada que está a
punto de quemarse trata de poner pies en polvorosa, aunque la mafia no tiende a
facilitar este tipo de huidas.

De excepcional se podría calificar al penúltimo episodio de la quinta
temporada, Aparcamiento prolongado, donde Adriana confiesa a Christopher que
durante un tiempo ha sido informante del FBI. Le propone a éste huir a la costa
oeste, donde podrían formar una familia. La discusión posterior y la terrible
pelea que le sigue, son de una crudeza y de un realismo que no dejarán a ningún
espectador indiferente. Sus interpretaciones son tan contundentes que se
cuentan ya entre lo mejor de la serie, ganando ambos un merecido Emmy. La
estructura narrativa del resto del capítulo, el montaje y el ajusticiamiento en
el bosque por parte de Silvio Dante, elevan esta hora de emisión a las más
altas cotas de calidad que la televisión haya albergado jamás.
Livia Soprano, madre del protagonista, ya ha sido presentada
previamente como una madre manipuladora y persuasiva, capaz incluso de
conspirar para dar muerte a un hijo de su propio seno. Es difícil encontrar ni
un solo elemento positivo en su personalidad. Por ello, ofrecía un gran juego
en el desarrollo de la serie y sus responsables le otorgaban un papel central
en la tercera temporada. La desgraciada muerte de Nancy Marchand, su magnífica
intérprete, echó por tierra las previsiones y obligó a realizar cambios. El
espectador mostraba rápidamente interés por su personaje, porque uno tiene la
sensación de haber conocido a alguien así en su círculo más próximo, si bien
obviamente no tan cruel hasta el punto de querer liquidar a su propio hijo. Fue
una gran pérdida, aunque buscando los aspectos positivos, abrió también las
puertas a otras posibilidades narrativas.
Otro triunfo creativo es el de Junior Corrado Soprano (Dominic
Chianese), tío de Tony. Representa a la vieja escuela, otra forma de actuar y
de pensar, en un tiempo indudablemente más machista. Su carácter avinagrado, su
mala uva y su marcado sarcasmo, hacen de él un personaje igualmente real, ya
que podemos observar a través de sus enormes gafas y saber que en su cabeza se
agolpan los pensamientos más maquiavélicos. Su progresivo deterioro y caída en
el mal de Alzheimer, añaden un peso más valioso aún a la persona de Junior,
alguien por el que terminaremos sintiendo verdadera lástima. Resulta curioso
comprobar cómo este anciano, al igual que muchos otros en este complicado mundo
delictivo, pasan de un estado de ira contenida o de violencia desatada a poder
cantar profundas y sentimentales canciones italianas. Cuando uno oye hablar a
Dominic Chianese fuera de su papel y comprueba que está en perfectas facultades
mentales, siente como una especie de shock al comprobar la excelencia
compositiva de Chianese, que aporta una total verosimilitud a la recreación de
Junior.
Jannice Soprano, interpretada por Aida Turturro, es la hermana de Tony
en la ficción y prima en la vida real del conocido actor John Turturro. Ambos
hermanos pueden ser considerados como dos gotas de agua. Pese a la diferencia
de sexo, se han criado con la misma madre, en el mismo hogar y han desarrollado
una personalidad semejante. Ambos son egoístas, manipuladores, malvados e inteligentes.
Mientras Tony ha sabido lidiar con la familia y crecer en la organización,
Jannice se ha visto obligada a huir una y otra vez por sus mayores problemas de
adaptación. Tony es capaz de ocultar de forma más eficaz sus defectos, mientras
que Jannice resulta muy manifiesta en sus intenciones, haciendo más ineficaz su
manipulación, de ahí que deba huir cuando las cosas se complican.
Simplificándolo, Tony miente mejor que su hermana, ya que se le nota menos. Por
este motivo se producen sus continuas desavenencias, debido a que los polos
iguales se repelen y porque ambos conocen demasiado bien los defectos del otro.
Aida Turturro encarna correctamente el papel, imprimiendo un toque neurótico,
inquieto e impulsivo a su personaje.
Jennifer Melfi (Lorraine Bracco) aporta un aire intelectual parapetada
detrás de sus gafas. La actriz, con una sensualidad contenida, y manteniendo su
sex appeal pese a la madurez, trata de abrir los ojos a Tony, al mostrarle
todos los factores que intervienen en su conducta y en su forma de pensar. Su
relación médico-paciente nunca pasa a mayores y es cortada de forma abrupta al
final. Realmente era ésta la única manera para ella de poner un punto final al
tratamiento. Una decisión valiente y necesaria, pese a que el espectador sienta
que no está debidamente justificada. Como ser humano Melfi cae también en
muchas contradicciones, tanto en su vida privada como profesional. En la
primera temporada y especialmente en la segunda, Jennifer Melfi tiene la
oportunidad de romper con la terapia de Tony, pero indudablemente surge una
atracción por conocer a ese jefe mafioso, sus motivaciones y el alcance de su
poder, al igual que un impulso sexual irrefrenable que trata de reprimir por
todos los medios. Melfi es una especie de voyeur del alma, que quiere conocer a
su paciente, pero sin ser vista ni puesta en peligro. Lorraine Bracco incorpora
al personaje los elementos necesarios para hacer de ella una intelectual
competente e inteligente. Bracco, una estrella de Hollywood con incluso una nominación
al Oscar de mejor actriz principal por Uno de los Nuestros, realiza un gran
trabajo, alcanzando su cumbre en el capítulo Empleado del Mes en el cual es
violada.

En cuanto a la otra familia, la delictiva, hay un gran número de
personajes que destacar, pero entre los más sobresalientes e importantes se
encuentran los siguientes. Paulie Walnuts (Tony Sirico) es probablemente el
mayor elemento cómico de la serie, pese a su pasión por la violencia cuando él
cree necesaria emplearla, es decir, casi siempre. ¿Quién no se ha reído con
Paulie cuando ahoga a la anciana amiga de su madre? ¿O cuando recoge el cuadro
de Tony junto al caballo y lo coloca en su casa? ¿O con el gato con el que se
enfrenta al final de la serie? ¿O cuando roba bollería en el hotel de camino a
Florida? Esta vis cómica es deliberada, pero a la par creíble y conforma un
personaje tan auténtico y clásico como el de Junior.
Puede que gran parte del mérito de la elaboración del personaje resida
en que el propio Sirico pasó varios años entre rejas por sus continuos delitos.
Paulie, profesional y miembro también de la vieja escuela, se muestra
irremediablemente frágil en numerosas ocasiones, ofreciendo sus servicios a la
familia de Brooklyn o asistiendo impotente a la revelación de que su madre es
en realidad una monja. Todo esto hace que el espectador coja aún más cariño al
personaje. Puede que la serie haya terminado, pero me resisto a creer que
Paulie haya dejado de tomar el sol frente a la entrada de Satriale’s, vistiendo
sus inconfundibles chándales.

Silvio Dante es uno de los protagonistas más singulares de la serie.
Dotado de una personalidad igualmente marcada, se caracteriza por su cuidado
cabello y su impecable indumentaria, algunas veces reñida con el buen gusto.
Resulta jocoso en sus encarnaciones de Michael Corleone y en su sempiterno
gesto arqueando los labios y cruzando sus manos. Si al espectador le atrapa el
universo Soprano, se verá pronto frente al espejo imitando el rostro de
desagrado de Dante, tratando de emular en vano la forma angulosa que adquiere
su boca. No menos cómico resulta cuando sobre sus hombros de Consigliere recae
el peso de hacer de Don provisional mientras Tony está en coma, peso que le
llevará al hospital por una crisis respiratoria vinculada a la pura ansiedad
provocada por el nuevo cargo. Como en el caso de Paulie y de otros muchos,
también se caracteriza por su sangre fría y resolución a la hora de aplicar con
contundencia castigos a sus víctimas, como en el caso de Adriana, en el que da
buena muestra de su proceder. Más salvaje aún es la muerte a cuchilladas de uno
de los miembros de la familia de Nueva York.
Silvio es interpretado por el guitarrista de la E Street Band, Steven Van
Zandt, y su mujer Gabriella por su propia esposa en la vida real, Maureen. Hace
aproximadamente un año asistí a un concierto de Bruce Springsteen y la E Street Band en mi
ciudad. Ante mi desconocimiento de su carrera como actor, poco podía sospechar
que un año después estaría escribiendo estas líneas sobre su persona, pero no
por méritos musicales, sino interpretativos. Van Zandt había expresado con
anterioridad su deseo de no ceñirse tanto al terreno musical y cuajar una
carrera política e interpretativa. David Chase acertó de lleno al incluirle en
el reparto principal pese a su nula experiencia previa como actor, creando un
personaje que no existía en los primeros borradores. Van Zandt, lejos de darse
por satisfecho con la mera elección, no dudó en describir pormenorizadamente
sobre el papel la personalidad de Silvio Dante, sus aficiones, manías y gestos,
que son los que hemos terminado viendo finalmente en la pantalla. Por si a
algún lector le interesa, desde el año 2002 presenta el programa de radio
Little Steven’s Underground Garage, que se puede escuchar en alguna emisora nacional
y online.
Bobby Bacala parece estar en la Familia por mera casualidad. Es quizás el
personaje más desubicado de la serie, condicionado por las circunstancias que
le han requerido en ese lugar. Su carácter noble, fiel y sereno no encaja con
el de sus compañeros, quienes no guardan ya ningún atisbo de la inocencia que
aún perdura en la persona de Bobby. Esta condición no tarda en alertar al
espectador de su probable trágico destino, incapaz de hacer frente a
conspiradores y criminales de tan alto calado. Su viudedad y la relación que
establece con Jannice vuelven a ser motivo por una parte de la desgracia y por
el otro de las circunstancias que le rodean, incapaz de desvincularse de ese
mundo heredado de su padre, pero no elegido por sí mismo. Su afición por las
maquetas de trenes, la gran dedicación hacia sus hijos y su fidelidad a
personajes como Junior, nos hacen verle como uno de los personajes más
entrañables de la obra. Steve Schirripa construye el personaje con gran
acierto, aportando ese carácter naïf realista, y a la vez improbable en un
mundo como el de la mafia.

Vito Spatafore (Joseph Gannascoli) realiza un aporte novedoso al
universo mafioso en los medios audiovisuales, por su caracterización de padre
de familia y esposo homosexual. Defender su condición de gay en una
organización tan machista no era tarea sencilla y su suerte final en ese
sentido era ciertamente previsible. Muchos han alzado su voz para señalar que
su personaje y sus intereses sexuales gozan de demasiado protagonismo en la
sexta temporada, en especial su relación con un bombero en New Hampshire (John
A. Costelloe), trágicamente fallecido en la vida real. Puede que tengan parte
de razón y que esa relación no aporte nada a la obra en su conjunto, pero sí
que agrega algo totalmente desconocido e impensable en el mundo del hampa,
sentando precedente. Como curiosidad, actualmente en la ciudad de Nueva
York se organizan tours por New Jersey para seguir los pasos de los personajes
de la serie. Joseph Gannascoli participa en este tour, vendiendo productos de
la serie con fines benéficos.
Big Pussy Bonpensiero (Vincent Pastore) desaparece de la serie pronto,
al final de la segunda temporada. Sin embargo, se echa en falta su figura
continuamente e incluso en la última temporada aún se recuerda su paso por las
vidas de los personajes. Pastore, un habitual de las películas sobre la mafia,
encarna a un confidente del FBI, que traiciona al que era su mejor amigo, Tony
Soprano. Su personaje se caracteriza por su tono reflexivo y atormentado, que
no duda en sacrificarse a sí mismo por poder sacar adelante los estudios de su
hijo, con el fin de que no siga su mismo camino.
Entre los secundarios encontramos a otros muchos personajes destacados
que bien merecen nuestra atención. Artie Bucco (John Ventimiglia) es el
cocinero del restaurante Vesubio, casado con Charmaine Bucco (Kathrine
Narducci), quien se acostó con Tony en su adolescencia en el instituto.
Mientras ella se enfrenta a la condición de mafiosos de sus clientes más
fieles, él se ve tentado por el poder de la Familia, el dinero que manejan y las mujeres que
frecuentan. En su intento por emularles realizando negocios fraudulentos fracasa
estrepitosamente, poniendo en peligro su profesión y su matrimonio. A Artie le
faltan agallas para formar parte de la mafia y soportar los peligros que ello
conlleva. Se podría decir que no sirve para esa tarea, aunque paradójicamente
eso le convierte en una persona honrada al labrarse su propia vida cocinando.
Furio Giunta (Federico Castelluccio) es un soldado de la Camorra que se traen
consigo Tony, Christopher y compañía a los Estados Unidos tras su visita a
Nápoles. Su actitud fluctúa entre la ternura y la dureza según lo que sea
necesario en cada momento. Su carácter enamoradizo, frágil y romántico hace que
pronto se gane la amistad del televidente. Su deseo por Carmela pondrá su vida
en peligro, acabando con cualquier posibilidad de que ambos consumen su
relación. Amar a la mujer de un Don le lleva al exilio a Italia, donde tampoco
estará del todo seguro. Su sinceridad y proximidad, su incapacidad para herir a
quienes más aprecia, y su afán por conservar su virtud, lo convierten en
alguien mucho más deseable que Tony, especialmente en su relación para con
Carmela.
Richie Aprile (David Proval) es un álter ego de Al Pacino y lo que
éste representa en el cine sobre la mafia. Es un personaje brutal, vengativo,
directo, incapaz de empalizar. En definitiva, un sádico que quiere recuperar
rápidamente su posición al abandonar la cárcel. Esta forma de ser le asegurará
encontronazos con quienes ahora ocupan su puesto. Los apenas trece episodios en
que aparece dan para mucho, aunque su muerte se produce de forma temprana, no
fruto de un ajuste de cuentas, sino como resultado de su tormentosa relación
con Jannice Soprano.
Hesh Rabkin (Jerry Adler) es un judío que tiene vínculos con la Familia y que ha hecho su
fortuna en el mundo de la música en los años 50 y 60. El personaje se dice es
una mezcla de dos personas reales que en ese mismo periodo realizaban las
mismas labores en New Jersey. Su talante conciliador y justo lo convierten en
una suerte de juez o mediador.
De entre la familia Lupertazzi de Brooklyn destacan dos personajes por
encima del resto: Johnny “Sack” (Vincent Curatola) y Phil Leotardo (Frank
Vincent). El primero resulta muy próximo al espectador antes de acceder a la
cúspide del poder, por su carácter afable y sus deseos de establecer lazos en
Jersey. Cuando alcanza el cargo principal su personalidad comienza a cambiar,
se vuelve más oscuro y su mirada siempre transmite desconfianza y amargura. En
ningún momento conseguirá ser el de antes, pues la importancia del puesto le
viene grande y le transforma hasta el punto de matarle por dentro
simbólicamente. El cáncer que le carcome y le lleva a la tumba no es más que
una metáfora de la dificultad de una posición semejante, en la que debe
determinar los destinos de muchas vidas.
Phil Leotardo es un hombre más duro e irreflexivo. Los últimos veinte
años los ha pasado en la cárcel, por lo que su sentido conciliador se perdió
entre los barrotes de la prisión. Evidentemente constituye un peligro para la
familia de New Jersey, tanto por los problemas internos en Brooklyn, como por
su forma de ser. Su deseo de llegar al poder a toda costa le hace un flaco
favor a lo que podría haber sido un dulce retiro después de media vida a la
sombra. Su final es lógico si se tienen en cuenta todas las circunstancias que
le rodeaban.
La serie también cuenta con otros importantes nombres de Hollywood
entre sus secundarios, algunos con personajes de peso, otros con apariciones
puntuales. Entre los primeros se encuentran Steve Buscemi (Tony Blundetto) y
Joe Pantoliano (Ralph Cifaretto). Buscemi no sólo se conforma con actuar, sino
que incluso dirige cuatro capítulos, entre ellos el aclamado Pine Barrens. Tony
Blundetto busca la redención al salir de la cárcel. En ella ha estudiado
fisioterapia y está a un paso de lograr su sueño de abrir un negocio propio. Al
igual que Al Pacino en Atrapado por su pasado, la vida no le acaba dando una
segunda oportunidad, pero no por culpa del destino, sino por sus propios
errores, ya que se deja arrastrar por cuanto le rodea. Tony B. logra lo más
complicado, mostrar su intención a la mafia de ganarse la vida dignamente y
posteriormente fracasa en lo más simple, en la materialización de sus planes.
Su eliminación trata de evitar mayores problemas con Nueva York.
Ralph Cifaretto no sufre mejor suerte y a él están vinculadas algunas
de las peores muertes de la serie, tanto las que lleva a cabo, como la que
padece. Ralph es un auténtico psicópata, un perturbado que igualmente podría
haberse convertido en serial killer en otro estado de la unión. Aporta la misma
personalidad fría e incapaz de sentir compasión que los asesinos en serie y su
locura no encaja en una organización con una estructura jerárquica definida y
ordenada.

Otro rostro de
Hollywood es el director Peter Bogdanovich, psiquiatra que lleva a cabo la
terapia a su vez de la doctora Melfi. Aparece en quince capítulos y resulta
clave en el punto y final de la relación médico-paciente entre Tony y Jennifer
Melfi. También aparecen los nominados a un Oscar David Strathairn y Annette
Bening, así como el ganador de la estatuilla por Gandhi, Sir Ben Kingsley,
quien realiza una parodia de sí mismo al igual que Bening. Kingsley imprime un
tono suspicaz a su propia persona y lo barniza con un toque desagradable de
sofisticación y esnobismo. Incluso la mítica Lauren Bacall hace acto de
presencia en el mismo capítulo interpretándose a sí misma y sufriendo un
violento robo. Estas apariciones de figuras tan importantes del séptimo arte
dan una dimensión del cariz de obra maestra del que goza Los Soprano,
especialmente al otro lado del Atlántico.
Son innumerables los momentos
extraordinarios que nos regala la serie, por lo que enumerarlos todos sería una
tarea titánica por mi parte y poco entretenida para el lector. Sí destacaré en
cambio algunos de los episodios más memorables. En las anteriores hojas he mencionado
el capítulo Distorsiones, el cual da fin a la segunda temporada. Se trata de un
viaje surrealista en el que dan muerte a Big Pussy y donde incluso los peces
hablan, todo como consecuencia de una comida en mal estado que ha ingerido
Tony.
Vuelvo a recordar en este
punto las dos grandes discusiones de la serie, la del matrimonio Soprano en el
episodio final de la cuarta temporada y la producida entre Christopher y
Adriana en el penúltimo de la quinta. A este grupo de excepcionales momentos se
debe unir Pine Barrens, dirigido por Buscemi, donde Christopher y Paulie
pierden a un ruso al que intentaban ejecutar en esta zona boscosa del sur de
Nueva Jersey. En su búsqueda terminan por perderse ellos mismos y comienzan a
deambular durante horas por la nieve en medio de un frío helador. La falta de
cobijo, de alimentos y de agua, da lugar a una serie de situaciones hilarantes
que aunque no aportan nada desde el punto de vista de la trama a la serie, sí se
logra profundizar en las personalidades de ambos personajes al ver cómo se
comportan en una situación límite.
Por mencionar algunos ejemplos
más, es simplemente extraordinario el episodio Kennedy y Heidi, el sexto del
segundo bloque de la sexta temporada. En él, un terrible accidente de coche nos
revela la verdadera condición de Tony Soprano, quien llega hasta límites que
ningún espectador hubiera sospechado. El posterior viaje contemplativo y
psicotrópico a Las Vegas termina por confirmar al episodio como una auténtica
genialidad, que descolocará a propios y extraños. Un ejemplo de un uso del
montaje magistral es el asesinato de Bobby Bacala en La Cometa Azul en la penúltima
hora de la serie. Otro gran momento se produce en el noveno episodio del primer
bloque de la sexta temporada, titulado La Atracción, cuando Christopher se reencuentra con
las drogas y deambula toda la noche junto a un perro abandonado, terminando su
recorrido en la feria de la fiesta de San Elzear. Existen otros centenares de instantes
de excepción y numerosos grandes episodios, pero estos breves apuntes son
bastante ilustrativos.
Desgraciadamente y como toda
obra, más aún si ésta cuenta con 86 horas de duración, la serie no está exenta
de defectos o de momentos menos logrados. En mi opinión, no termina de
funcionar la vinculación de Christopher con el mundo del cine. No se consigue
al principio de la serie y mucho menos al final. Esos capítulos quedan un tanto
deslucidos, dando una sensación de relleno indeseado que no aportan
absolutamente nada. Algo similar ocurre en la primera temporada en un episodio
vinculado a la industria musical. En ciertos puntos del conjunto de la serie se
produce un leve bajón en uno o dos capítulos. Cuando uno comienza a pensar que
quizás el argumento ha podido perder fuelle, se suceden uno o varios capítulos
antológicos y cualquier sospecha de muerte clínica es desterrada, volviendo a
colocar a Los Soprano en el Olimpo televisivo.
Al igual que sucede con la
homosexualidad de Vito Spatafore, existe un gran núcleo de seguidores al que no
les agrada la excesiva atención depositada sobre el hogar de Los Soprano, en
especial sobre las vidas de los hijos. Estos aducen que desvía la narración de
la mecánica delictiva de la familia Dimeo, emparentándola con otras series más
convencionales de la televisión. Si bien es cierto que existen numerosísimas
series que tratan de crear personajes para cada franja de edad con el fin de buscar
la audiencia dentro de ese colectivo y lograr un share global alto, en el caso
de Los Soprano el objetivo no es el mismo. Hay que recordar que se emitía en el
canal HBO de cable, el cual es de pago y no hace pausas publicitarias durante
la emisión de los capítulos, por lo que no depende tanto de las empresas
anunciantes y sí de las cuotas de los 38 millones de suscriptores. La serie no
busca por tanto crear personajes para atraer a todas las audiencias, sino
ofrecer una dimensión nueva del mundo de la mafia, más social, más próxima y
actual, y sobre todo los entresijos de la familia del Don, con la mujer e hijos
obviamente incluidos.
Otro aspecto que ha levantado
ampollas es su final. No entraré aquí a arrojar mi opinión acerca de cuál es la
conclusión más probable según mi valoración subjetiva. Y es que Los Soprano ha
sido una serie grande hasta para poner el punto y final. Lejos del cierre
catártico y épico que la mayoría de espectadores esperaba, éste llega por
sorpresa, sin los elementos habituales en cualquier obra cinematográfica y sin
explicación clara. La reacción lógica es de perplejidad e incredulidad. Analizándolo
detenidamente a posteriori puedo afirmar que se trata del mejor final posible y
que es resultado de la mente de un genio, ya que una secuencia a priori simple
está plagada de simbolismo y detalles de la serie, que hacen necesarios varios
visionados. Los últimos minutos están planificados al milímetro, con cada
objeto en la decoración elegido a propósito, cada plano encuadrado como el
bisturí de un cirujano a punto de operar, cada palabra medida y todo el
conjunto coordinado para que tenga sentido con la canción que está sonando,
aunando montaje y letra musical. Las interpretaciones por nuestra parte son
infinitas, desde las más sencillas hasta algunas totalmente majaretas, pero
igualmente válidas, pues lo que se ha buscado es de nuevo la interacción del
público, no la pasividad, y que cada uno aporte su grano de arena a construir
el final que desee.

Esta conclusión puede provocar
en las personas más radicales e inflexibles un sentimiento de impotencia al no
explicarse con claridad el cierre después de 86 horas de emisión. Hay que dar
la enhorabuena de nuevo a David Chase por el atrevimiento de poner fin a su
obra de esta manera. Una conclusión que subraya el carácter novedoso y
extraordinario de todo el conjunto y que corrobora el lema de la “televisión
redefinida”. ¿Cuántas grandes obras dejan abierto su final a tantas
interpretaciones? Pocas, muy pocas.
Recientemente el programa de
Televisión Española “Días de Cine” afirmaba que no sólo Los Soprano era
probablemente la mejor serie de la historia de la televisión, sino que con toda
seguridad era una de las mejores diez películas de la historia del cine.
Semejante afirmación no es gratuita y mucho menos de paladares tan exigentes y
cinéfilos como los de ese programa. Yo me uno al grupo de los que opinan esto
último. Es por ello, que todo aquel que no haya tenido la oportunidad de
visionar la serie al completo lo haga ahora que está disponible en el mercado y
en televisión. Eso sí, para disfrutar de la mejor experiencia posible es
totalmente recomendable recurrir al DVD original, tanto por la calidad de
imagen y sonido, como por la posibilidad de programar los episodios a gusto del
espectador.

Me siento culpable de varios puntos
en relación con esta serie. En primer lugar, de no haber sabido ver con 20 años
la magnitud de la obra que tenía ante mis ojos tras visionar un capítulo en
Canal +. En segundo lugar, porque cuando pasé en tren dos veces por New Jersey,
y más concretamente por Newark en 2006, no logré apenas mantener los ojos
abiertos frente al paisaje que se mostraba a mi alrededor, debido al cansancio
propio de un viaje intercontinental. Me arrepiento de no haber abierto los ojos
como platos, pegado mi rostro a la ventanilla del tren y haber tratado de
adivinar con la mirada las fábricas que aparecen en la introducción de la
serie, las carreteras por las que conducen los personajes, los puentes bajo los
que eliminan a sus enemigos y quién sabe si a alguno de los miembros de la Familia entre los
viandantes o entre los pasajeros expectantes de una estación. Quiero creer y
creo que Tony, Chris, Paulie, Silvio y los demás aún están en las calles de
Jersey haciendo de las suyas, tomando el sol frente a Satriale’s o bebiendo
algo en el Bada Bing. Los personajes de Los Soprano son ya para mí personas de
carne y hueso, y una vez que eso se queda en la memoria de una persona ya no
hay vuelta atrás. Seguramente en un futuro trate de seguir sus pasos en alguna
otra aventura por Jersey.
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