Han
pasado ya casi 15 años desde
que El Rey León alcanzara las pantallas de cine de todo el
mundo,
convirtiéndose automáticamente en un tremendo
éxito, tanto de taquilla como de
crítica, viéndose recompensada con 2 Oscar y la
mayor recaudación de la casa
Disney en toda su historia. A priori, se podía afirmar
indudablemente sin
reflexión previa que una adaptación del film al
teatro era inviable, no sólo
por estar enteramente protagonizada por animales, sino
también por una serie de
localizaciones africanas que se antojan cuando menos imposibles de
reproducir
sobre un escenario.
Todo
esto no fue impedimento para
que Julie Taymor junto con todo un equipo se pusiesen manos a la obra
para
recrear la vida de Simba. El musical finalmente se estrenó
el 8 de Julio de
1997 en la ciudad de Minneapolis, logrando de nuevo un
instantáneo éxito
incluso antes de llegar a Broadway. En la ciudad de los rascacielos
sólo
tuvieron que esperar cuatro meses a que la obra se trasladara desde la
mencionada ciudad de Minnesota hasta las tablas neoyorkinas. El
telón se
levantó el 13 de Noviembre de 1997 y a día de
hoy, 11 años y medio después,
sigue a pleno rendimiento, llenando el teatro Minskoff cada
día y habiendo
alcanzado en este periodo la increíble
recaudación de 623 millones de dólares
sólo en Broadway, casi tanto como su versión
cinematográfica en todo el globo.
Este
indudable triunfo económico
se vio respaldado en 1998 con la concesión de 6 premios
Tony, los Oscar del
teatro, concretamente los de mejor musical, mejor dirección,
mejor iluminación,
mejor vestuario, mejor diseño escénico y mejor
coreografía. Rápidamente se
comenzaron a preparar otras adaptaciones a nivel mundial, siendo Tokio
la
primera afortunada en 1998, donde se representa permanentemente desde
esa
fecha. La propia Julie Taymor, directora no sólo de teatro,
sino también de
ópera y cine (Frida, Titus, Across the Universe), se
encargó de la preparación
del montaje para el West End londinense en 1999, repitiendo el
éxito cosechado
en las dos metrópolis anteriores en el teatro Lyceum de la
capital
británica.
En
2006 tuve la gran fortuna de
poder visitar Nueva York, rompiendo por primera vez en mi vida la
barrera
continental. En aquellos momentos ni siquiera se pasó por mi
cabeza la
posibilidad de acudir a una representación de Broadway. Me
consideraba lo
suficientemente afortunado de haber podido pisar aquellas calles como
para no
necesitar añadir pluses a un viaje largamente
soñado. No se trataba pues de una
cuestión económica, sino más bien
mental. En esta mi segunda visita a la Gran
Manzana, dos años y medio
después, las circunstancias de la vida han querido que no
solamente pisara de
nuevo aquella tierra, sino que tuviera la oportunidad de disfrutar de
esta obra
en una posición privilegiada, centrado y muy cerca del
escenario.
Hasta
junio de 2006, El Rey León
se representó en el teatro New Amsterdam, situado en la
calle 42 y que ahora
acoge el musical de Mary Poppins. Desde esa fecha ocupa una
localización aún
más privilegiada, el teatro Minskoff, en pleno
corazón de Times Square.
Inaugurado en 1973 y con 1621 butacas, ha albergado a lo largo de sus
más de 30
años de historia obras como West Side Story, Cabaret o
Fiebre del Sábado Noche.
En contraste con la diminuta taquilla, lo primero que sorprende es la
amplitud
de su entrada, ya que un ancho pasillo atraviesa los bajos del
rascacielos One
Astor Plaza conduciendo a unas escaleras mecánicas decoradas
en lo alto con una
imponente máscara africana. Al final de la escalera en el
tercer piso nos
encontramos con el hall del teatro, un gran espacio presidido por una
majestuosa cristalera que ofrece vistas completas de todo Times Square.
Además,
la decoración también hace referencia a la
temática africana y a los intensos
colores de este continente. No podía faltar una tienda de
recuerdos y algunos
trajes de la obra se encuentran expuestos a modo de museo, los cuales
dejan ver
el concienzudo y minucioso trabajo detrás de la
concepción de esta adaptación.
Se
puede afirmar sin lugar a
dudas, que el teatro Minskoff consigue una impresión inicial
extraordinaria,
con una ubicación y vistas imbatibles, que
difícilmente podrán igualar otros
teatros de la ciudad. Después de tan privilegiada
presentación, nos
sorprenderemos por el reducido tamaño de la sala para la
cantidad de
espectadores que alberga. Los asientos están excesivamente
próximos entre sí,
de modo que cualquier salida de un espectador obliga a un buen
número de
personas a ponerse en pie. Cuesta creer que en tan reducido escenario
se pueda
representar la obra adecuadamente. Ese pensamiento quedará
atrás cuando al
igual que en la película una voz inunde todo el patio de
butacas entonando
“Circle of Life”, mientras decenas de animales de
todas las clases se agolpan
en el escenario, la gran roca brota del suelo, las aves sobrevuelan el
conjunto, la música y los coros alcanzan cada
rincón, logrando en apenas
segundos el milagro de sembrar el cosquilleo de la emoción
entre los allí
presentes. Un arranque luminoso, colorista, mágico. En
definitiva, maravilloso.
Supera de largo lo que transmite el film, no sólo por
vivirlo en directo, sino
por la tremenda imaginería que han desarrollado para crear
los diferentes
personajes y fieras.
Para
dar vida a la fauna de la
sabana africana, la propia Julie Taymor y Michael Curry
diseñaron complejos
trajes en cuyo interior irían personas simulando diferentes
animales, como por
ejemplo las cebras o los elefantes. Otros serían portados
por actores en sus
manos, como es el caso de las gacelas, aves o el propio
Timón. Pero aún hay
creaciones más elaboradas, como el extraordinario ejemplo de
las jirafas, donde
personas equipadas con grandes zancos consiguen simular a la
perfección el
lento ritmo cadencioso con que se desplazan estos animales. En otros
casos, se
logra mimetizar a la perfección a la persona con la fiera,
como por ejemplo los
guepardos y las hienas. En definitiva, un trabajo sensacional que visto
en
funcionamiento al unísono cortará el aliento por
la emoción de ver África
recreada sobre un escenario.
También
tienen un peso muy
importante las máscaras. Actores principales como Scar,
Mufasa o los propios
Simba y Nala de adultos, van provistos de máscaras que
ocultan sus caras cuando
se inclinan, de forma que el público se encuentra mirando de
frente a un
felino, pero cuando enderezan su cuerpo aparecen los actores. De esta
manera,
se logra conjugar humano y león en un solo cuerpo,
consiguiendo un efecto muy
original, que permite confrontaciones entre los diferentes actores que
recuerdan realmente a los propios ataques entre leones. Otras
máscaras más
convencionales ocupan la parte superior de la cabeza de los
intérpretes a modo
de sombrero y no cambian su ubicación en ningún
momento. Personajes como Zazú y
Timón son manejados por magníficos
actores-titiriteros. Pumba es al igual que
los guepardos una persona encajada en un cuerpo de jabalí.
Entre
las escenas más logradas
nos encontramos además del excepcional arranque, la
representación de la salida
del sol en las llanuras africanas, la recreación de la
hierba, la
reconstrucción de la estampida mediante diversas
técnicas que juegan con la
perspectiva. Así, se combinan varios fondos en distintos
planos para imprimir
la sensación de que los ñus se van aproximando al
espectador, utilizando figuras
de diferentes tamaños y proyecciones. De lo más
original y logrado de toda la
obra. Tampoco puedo olvidar el mundo de las hienas, que de forma
innumerable
pueblan el escenario con sus malvados planes, así como el
arranque del segundo
acto o el nuevo y emotivo tema “He lives in you”,
acompañado de un colorido
conjunto de actores.
Entre
el reparto, encontramos a
gente de gran experiencia en el mundo de las tablas pese a su juventud,
y
algunos de ellos incluso con amplia filmografía
también dentro del mundo del
cine y la televisión. Tshidi Manye, mujer que hace las veces
de Rafiki y nacida
en Lesotho, aporta su excepcional voz y su natural gracia a la obra.
Julie
Taymor decidió que Rafiki fuera una mujer (un babuino macho
en la película),
porque había muy poca presencia femenina en los papeles
principales del film
original. A destacar el talento y energía de un joven valor,
Clifford Lee
Dickson, que interpreta a Simba en su infancia. Jeff Binder y Danny
Rutigliano
demuestran su tremenda habilidad para manejar a Zazú y
Timón respectivamente.
Sin
duda, esta obra no sería lo
que es sin su maravillosa banda sonora y la presencia de una orquesta
de 24
miembros. Pese a estar tocando in situ, sólo llegamos a ver
al director y a los
percusionistas, situados en sendos palcos. El conjunto de compositores
de esta
obra quita el hipo. A la música y letras de Elton John y Tim
Rice, hay que
añadir el talento de gente como Hans Zimmer, Mark Mancina,
Lebo M., Jay Rifkin
y la propia directora Julie Taymor, que aportan música y
letras adicionales. A
Taymor no le falta buen oído, pues está casada
con el famoso compositor Elliot
Goldenthal. El triunfo de la obra también se ha extendido a
las ventas de la
banda sonora del espectáculo, que ha superado el
millón de copias.
Tras
más de dos horas y media de
representación, interrumpidas por un descanso de 20 minutos,
el conjunto
recibió una ovación cerrada. Los miembros del
reparto agradecieron al público
sus aplausos y haciendo hincapié en la procedencia africana
de muchos de ellos
animaron al respetable a donar la cantidad deseada a organizaciones
humanitarias
en el hall del teatro. Tras abandonar la sala, nos volveremos a
encontrar
delante de las grandes cristaleras en el alma de Times Square, en plena
efervescencia de luz, gente y ruido.
Con
todo, el turista español
medio se encontrará con dos dificultades, que pueden ser
más o menos salvables
según el caso. En primer lugar, aunque nos encontremos ante
un musical, buena
parte de la representación está plagada de
diálogos en inglés, con sus
numerosos chistes y bromas con el público. Para el que esto
suscribe, el inglés
no es una traba, pero aún así me era
difícil seguir algunos chistes o
comprender a la perfección a personajes como
Zazú.
Sin
embargo, todo esto tiene
fácil solución para aquel que no domine el
inglés. Se da por hecho que una
persona interesada en ver el musical de El Rey León es
alguien que ha visto la
película no en una ocasión, sino en varias. Este
espectador no tendrá ningún
problema para seguir la esencia de la obra, pues su núcleo
es el mismo,
repitiéndose algunos diálogos de forma incluso
literal. Aquél que no haya visto
el filme y vaya a ver la representación, no tiene
más que hacerse con el DVD y
revisarlo las veces que lo desee para garantizarse que
disfrutará al 100%. De
todos modos, todo esto vuelve a incidir en la conveniencia de conocer
el idioma
de Shakespeare en estos tiempos.
Por
otra parte, hay que hacer
mención a la carestía de las entradas. En 2007,
la entrada media en Broadway en
el patio de butacas superó por primera vez los 100
dólares. En algunas obras
que no alcanzan habitualmente el lleno, se pueden lograr importantes
descuentos
a través de Internet o directamente por medio de las
taquillas de TKTS que hay
en Times Square y en otros dos puntos de la ciudad. De ese modo, se
puede
llegar aver una
obra por la mitad de su
precio habitual. Por el contrario, esto no sucede con los
espectáculos más
demandados, por lo que para ver obras como Wicked, Billy Elliot o el
propio Rey
León se debe pagar el precio íntegro, sin
posibilidad de descuento, e incluso
en ocasiones la gente acude a la reventa para poder ver la
representación
mientras se encuentran de vacaciones en la ciudad.
Ahora
en 2009, el precio se sitúa
muy por encima de esos 100 dólares y además,
Ticketmaster, la empresa que opera
la venta de entradas, cobra unas suculentas comisiones por utilizar sus
servicios. Así, nos encontramos con unos precios muy
elevados, que pueden echar
para atrás a más de un turista. Se entiende, que
quien elige Nueva York como
destino de sus vacaciones no atraviesa dificultades financieras, por lo
que se
podrá permitir adquirir los tickets si así lo
desea. De todos modos, existe una
segunda tarifa algo más económica, por unos 75
euros al cambio, que da la opción
de seguir la representación desde las últimas
filas de la gradería, claro que
la experiencia no será la misma dada la limitada
visibilidad.
Bien
es cierto, que el reparto es
muy amplio y que el conjunto de personas implicadas en que cada
día se levante
el telón supera de largo el centenar de trabajadores, por lo
que se justifica
en parte el alto precio. Esperemos que con la actual coyuntura, vuelva
la
cordura y nos encontremos con unos precios más populares,
aunque la gente a día
de hoy continúa pagándolos, llenando el teatro
día sí y día también.
Oferta y
demanda.
La
opción más cómoda para hacerse
con las entradas es elegir la fórmula Will Call a
través de Internet, que
otorga la posibilidad de recoger los billetes en las taquillas del
teatro cuando
se desee, de modo que las entradas están pagadas y
reservadas desde nuestro
domicilio.
En
otro orden de cosas, no cabe
duda de que esta producción de Disney ha sido todo un logro
de público, crítico
y económico. Detrás de la práctica
totalidad de las obras de Broadway se
encuentran importantes financieros y grandes bancos que buscan una
rentabilidad. Como hemos comprobado en estos últimos tiempos
la búsqueda de esa
rentabilidad no es a veces acertada. En el caso del musical de El Rey
León se
ha trasladado la fórmula a gran parte del planeta: 11
años en Tokio, un tour
con la obra recorriendo Japón, otra
compañía representándola a partir de
mayo
de forma permanente en Las Vegas, otros dos tours recorriendo EEUU.
Espectáculos permanentes durante años en Londres,
París, Hamburgo, Toronto, Los
Ángeles, Sydney, Melbourne, Holanda y en Madrid a partir de
2010.
Representaciones más o menos prolongadas en Shanghai,
Johannesburgo, Ciudad de
México, Taipei y Seúl. Conclusión: Se
explota algo que aporta beneficios hasta
que se quema. Tenemos multitud de ejemplos en cine y
televisión. Disney en este
sentido es una de las casas más desvergonzadas, realizando
auténticas
aberraciones en forma de secuelas o creando famosos de la nada,
véase Hannah
Montana o los Jonas Brothers.
Por
todas las virtudes
mencionadas anteriormente, deseo que no acaben con la belleza de este
espectáculo creando émulos de segundo nivel por
todo el planeta. Todo aquel que
tenga la fortuna de visitar Nueva York, que no deje pasar la
oportunidad de disfrutar
de esta adaptación. Como reza en la publicidad del teatro:
“Un espectáculo que
recordará toda la vida”.